Otras miradas

Réplica a Mar Cambrollé

Irene Starace

Estimada Mar Cambrollé,

Siento la necesidad de replicar al artículo que publicaste la semana pasada en Público , ya que no es nada más que un ataque a las feministas radicales y un llamamiento al odio hacia ellas. Para empezar, tiene contenidos errados y tergiversados: el término TERF no nació en los Ochenta, sino en 2008, y se creó para distinguir entre las feministas que pensaban que las mujeres trans eran mujeres y las que no.

En segundo lugar, el libro de Janice Raymond que citas, El imperio transexual, no es de ninguna manera un llamamiento al odio. Yo lo leí y, tal como aparece en el resumen que tú misma pones como enlace en tu artículo, es un acto de acusación contra la sociedad patriarcal, no contra las personas transexuales. Su tema son los intereses que hay detrás del asunto de la transexualidad, y es muy documentado (incluyendo entrevistas a personas transexuales) y empático. Afirma que el problema de la "disforia de género" se trata como una enfermedad individual, y no como un problema que nace de una injusticia social. A nadie se le ocurriría decir que un negro que sufre el racismo tiene "disforia de raza" o que es "un blanco nacido en el cuerpo equivocado", pero es lo que se hace cuando el problema está vinculado al género, ¡quién sabe por qué! Tampoco es casual que se manifieste mucho más en los hombres que en las mujeres, ya que las mujeres, gracias al feminismo, son mucho más conscientes de la causa de la incomodidad en el propio cuerpo. Además, Raymond no habla de cambiar las leyes, muy al contrario, de intervenir en las causas que llevan las personas a ser súbditas del "imperio transexual": entre otras cosas, con educación no sexista y permitiendo que se escuchen las voces de las personas transexuales "arrepentidas", es decir, aquellas que pensaron serlo y luego volvieron a su identidad de nacimiento (y que gran parte del movimiento trans evita como la peste). También había previsto los desarrollos inquietantes del "imperio transexual", como una nueva versión de la misoginia y el rol de control social asumido por las clínicas de género, que hoy está llegando a niveles más que preocupantes, diagnosticando de transexualidad a cada vez más niños (sobre todo niñas) y cada vez más pequeñ@s, pero este no es un problema para gran parte del activismo trans de ningún lugar del mundo, ¡todo lo contrario! Que una parte de vosotros no tenga más argumentos que mentiras, omisiones y tergiversaciones es muy sospechoso y una señal de mala fe. Es el comportamiento de quienes tratan de silenciar verdades incómodas.

La transexualidad refuerza los estereotipos de género: esto lo piensan muchas feministas radicales (yo también), y aunque las personas trans no la vivan así, muchos gobiernos, tanto conservadores como progresistas, la están utilizando de esta manera. A las mujeres que protestan contra las violaciones de sus derechos que esto supone (como meter a mujeres trans que cometieron delitos sexuales en cárceles de mujeres) se las llama terf y se las acusa de odio, exactamente como hace este artículo.

on esto llego a lo más inaceptable: que metas en el mismo saco a las personas tránsfobas y a las feministas radicales. No se puede poner en el mismo nivel quienes compran en el mercado del sexo, pegan, violan y matan a las personas trans, y las mujeres que vemos en el lema de la "inclusión" el último disfraz de la pretensión patriarcal de siempre: que las mujeres borremos nuestra unicidad y nuestras peculiaridades, de las que el cuerpo es una parte fundamental. Ya que los seres humanos no somos ángeles ni robots, sino una especie animal, una vinculación con la naturaleza la tenemos, y por eso quienes tenemos el poder reproductivo seguimos siendo fundamentales. Ya que el transfeminismo defiende los vientres de alquiler, esto lo sabéis perfectamente, pero quisierais que nosotras renunciemos a reivindicarlo y nos dejemos usar por quien quiera. Patriarcado y envidia del útero, otra vez.

Pertenecer a una minoría oprimida no da automáticamente la razón, ni mucho menos el derecho a mentir y difamar.

Atentamente,

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