Otras miradas

Censuras y tanganas

Máximo Pradera

He padecido la censura.  En varios momentos de mi casi siempre exitosa vida profesional.

A veces fueron solo intentos. Como aquella vez en que Augusto Delkáder me confió un programa satírico dentro del Hoy por Hoy de Iñaki Gabilondo. Muchos aún recuerdan con cariño la revista de prensa de Lo que yo te diga. Con cariño y con risas. En los semáforos, los conductores se miraban entre sí y sabían quién nos escuchaba. El delirante teniente–coronel Quintanilla los doblaba de risa al volante.

El día antes de salir a antena, Carlos López–Tapia y yo fuimos convocados en el despacho del director general de la SER. Un opusino. Cobarde y mediocre como he visto pocos. Nos trató como alumnos díscolos. Sin invitarnos a tomar asiento, utilizó su mesa de caoba como púlpito y nos sermoneó a gusto. En vez de darnos ánimos, intentó infectarnos con el más peligroso virus que existe. La autocensura.

–Estáis a bordo del buque insignia de la SER – nos dijo–. No se os ocurra pasaros de la raya.  Ya no estáis en Radio EL PAÍS.  Ya no hacéis radio local. Se acabaron las parodias del Papa.

Yo me quedé de piedra. Mudo de estupefacción. Nuestro valor era la irreverencia. Nos habían contratado por eso. Porque no dejábamos títere con cabeza. Sosa cáustica para desayunar. Así nos había definido la vitriólica Maruja Torres. Y aquel mequetrefe nos estaba exigiendo que mutáramos voluntariamente nuestro ADN. De un día para otro.

Mi compañero lo puso en su sitio.

Lo que yo te diga no es plastelina – dijo muy firme. Sonó tan duro que me pareció Jack Reacher.
–¿Me estás diciendo que esto son lentejas?
–Judiones de La Granja no parecen – sentenció mi socio.

Y allí acabó la conversación con el inefable Eugenio Galdón. Lo siguiente que recuerdo fue que ganamos el Premio Ondas Internacional. No lo tiene ni el multilaureado Javier del Pino. Ahí lo dejo.

Andrés Aberasturi fue otro censor frustrado. Yo le imitaba en el A vivir de la querida y malograda Concha García Campoy. Carlos y yo parodiábamos en los guiones el flirteo mojigato que se traía con María Escario. Era a principios de los 90. Mucho antes del bulo de que se había casado con la ViceVogue. El flirteo era muy moñas, con intercambio de ositos de peluche y uso y abuso de apodos infantiles en público.

–¿Sabes una cosa, bichito? Tengo un regalo para ti, pero no sé cómo envolverte un abrazo y un beso.

Aberasturi no encajó bien la chirigota. Podría haber hecho como Pedro Piqueras, que nos llamó directamente. Fue entrañable. Nos invitó a comer y nos rogó que no hiciéramos tantas coñas con su pelo.

–Bastante tengo con aceptar que me lo pinten para el Telediario – nos confesó.

Aberas en cambio fue por detrás. Llamó a la Campoy y trató de que nos echara del programa con un relato demencial y lacrimógeno. Y seguramente, inventado. No entro en detalles por no incurrir en el esperpento. Pero exigió que dejáramos de ridiculizarlo por la radio. Concha nos trasladó la petición y no hicimos ni puñetero caso. Lo siguiente que recuerdo fue que fuimos Mención Especial del Jurado en el Prix Futura de Berlín.

La SER nos mantuvo contra viento y marea. En ambos casos.

Otras veces la censura ha funcionado. Como cuando los sociatas nos echaron de TVE (a los Trueba, a Wyoming, a todos) porque incluí una pregunta incómoda en un cuestionario al escritor Quim Monzó.  Incómoda para el poder, no para el invitado. Que qué opinaba de la reciente parodia a la Infanta Elena en TV3. Eran otros tiempos, la familia real era intocable. A tomar viento El peor programa de la semana. Por una pregunta que ni siquiera se había llegado a formular aún. Pre–Crime. Como en Minority Report.

Pablo Casado me mandó una vez un DM para que dejara de darle caña. Aún no era nadie. No es que ahora sea gran cosa, pero entonces era menos que nada. Un bocazas que iba a La Sexta Noche. Yo subía a Twitter los Apócrifos de Pablo Casado. Frases que no había dicho, pero que podían ser suyas. Se non è vero, è ben trovato. El jefe de El Aceituno me pidió unos días de tregua. Lo hizo en tono amable y dejé de darle caña.

Moraleja: soy catedrático en Censurología por la UMCM (Universidad de los Medios de Comunicación de Masas) y distingo la censura a kilómetros de distancia. Lo de C. Tangana no es censura. Es buen criterio. Del concejal de festejos. Bilbao es una plaza simbólica para las mujeres del 8–M. Tras desgañitarse cantando a A la huelga compañeras, no pueden ahora tragarse a un gañán vestido de Gucci que se burle de ellas mugiendo.

Si no la he daoes que no quiero
O que he quedaopara luego
Pamí esta mierda está fácil
Tu puta me llama papi

Son canciones para narcos. O para tarados. Mejor aún: para narcos tarados. Que las pague la coca. O Sony, que patrocina al que las canta.

El dinero público está para otras cosas.

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