Otras miradas

Por qué Podemos ya no me ilusiona

Alba Contreras Corrochano

Ex secretaria de Organización de Podemos en la Comunidad de Madrid

David Pino Gozalo

La ilusión no se pierde de repente. No te despiertas un día y ¡hala! Ya no hay ilusión. No, es algo que pasa poco a poco. A veces es por acumulación de pequeñas cosas, otras por ver que nada cambia... Bueno, en realidad eso no es cierto, la gente sí cambia. Un día te das cuenta de que a tu alrededor lo que han cambiado son las personas, que ya sólo están las que han convertido el proyecto de todos en el medio de vida de unos pocos, en el medio de vida de ellos mismos. Eso es lo que ha pasado en Podemos, al menos en la Comunidad de Madrid ¿Y ellos quiénes son? Pues no se han quedado los mejores, ni los más honrados, ni los más honestos, ni siquiera se han quedado los más trabajadores, ni los más listos, ni los que más ganas le echan. Qué va. Se han quedado los más mediocres, los más obedientes, esos que dicen que son los leales. Pero de esa lealtad mal entendida. Ésa que no es a un proyecto ni a unos principios. Tampoco lo es a las personas. Por no ser, no lo es ni a los símbolos. Es una lealtad al dinero, al poder, a tener un puesto en el partido. Y es que "fuera hace frío". Pero frío hace para todos y no cualquiera está dispuesto a hacer lo que haga falta por quedarse. Y así, poco a poco, mientras esa gente toma posesión de lo que era una herramienta para el cambio, ese espacio abierto donde todos cabíamos, la gente buena se va yendo, quemada, como se suele decir. Gente que lo daba todo por nada. Bueno, no por nada, por todos. Por los que menos tienen. Por los que más lo necesitan. Por eso lo daban todo. Pero ésos ya no están. Quedan pocos escrúpulos ya. Una pena. Y claro, así cualquiera mantiene la ilusión. Así no se puede. Pero no porque esto sea una historia de vencedores y vencidos. No es que los que han perdido las asambleas y los debates se hayan ido. No es eso porque, además, no ha habido ni lugar para ello. No se ha discutido nada. Todo se ha decidido en grupos de Telegram. Sin debate. Sin democracia interna. Sin transparencia. Sin justificación. Porque a las voces discordantes se las silenciaba. Cuando se podía, con un contrato o con un puesto en algún lugar. Cuando no, se le hacía la vida imposible hasta que se fuese. Se les acusaba de traición, si había suerte, porque podía ser bastante peor. Siempre buscando al enemigo interno. Predominando en todas partes la cultura de la sospecha. Y claro está, cuando se vicia tanto un espacio, ya no vale, lógicamente es ya tierra quemada.

Pero no toca irse a casa, no. No podemos dejar que ganen los de siempre. Los que en otras circunstancias estarían en otro sitio, defendiendo otras cosas. Quién sabe, lo mismo en unos años la vida les ha llevado a otro lugar, a otro sillón, a otro color. Es lo que tiene ser así. No es momento de pensar que es mejor ser cola de león y esperar tiempos mejores. Hay cosas que no se pueden justificar. Lo que toca es levantarse, mirar alrededor y reconocer a la gente que piensa lo mismo. Hay mucha. Mucha más de la que pensamos, ya hay más fuera que dentro. No podemos claudicar. No podemos dejarnos llevar por el pesar o por el rencor. No. La gente sigue necesitando un cambio. Porque en este momento de crisis tiene que haber quien que defienda a los más débiles y, fundamentalmente, crear mecanismos para que puedan defenderse ellos mismos. No vale rendirse.

Mientras algunos se encierran en guerras bizantinas, ocupándose de cualquier nimiedad, otros están privatizando nuestra sanidad y realizando dudosas adjudicaciones a sus amigos. Sólo hay que mirar qué huecos hay en otros sitios, que los hay. Y desde ahí construir de nuevo. Esta vez, evitando errores. Sin sectarismos. Sin negarse a hablar con nadie. Sin tanto personalismo... Busquemos espacios comunes. Y desde ahí trabajemos para cambiar este país y acabar con la carroña que se aprovecha de los recursos de todos para ponerlos al servicio de unos pocos. Ahora toca hacer política y dejarse de telenovelas. Habrá a quien le vale con que se le arregle su ego y su nómina. A la gente que ha perdido su trabajo, a la que teme perderlo, a la que simplemente necesita sentirse orgullosa del país que deja a sus hijos, no. Ni a las familias que no pueden comer nunca caliente y cuyos hijos sólo comen bien en el colegio – aunque, desde luego, no con los menús de Ayuso -. Porque las familias necesitan que sus mayores estén seguros y cuidados en las residencias, y no descubriendo la situación paupérrima en la que se encuentran ahora. Y por eso hay que seguir. Así que construyamos, luchemos y defendamos los derechos de todos. Colaboremos y creemos redes de apoyo para que no dé tanto miedo estar fuera, para que se pase menos frío. Pero no dejemos que ganen. No pueden ganar los malos. Y no pueden ganar porque los que de verdad son peligrosos no les tienen miedo porque saben que no van a ir a por ellos. Y eso es lo que no podemos olvidar. Recordemos en todo momento dónde está el peligro y cuál es el fin. El fin es cambiar la región para hacer de ella un lugar mucho más social, solidario, amable y vivible. Una región plural, feminista, pacifista y, ahora más que nunca, antifascista.

Nos vemos en otros espacios, que los hay. Sigamos construyendo.

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