Otras miradas

¿Estás triste? No estés triste

Anita Botwin

¿Estás triste? No estés triste
Mujer sola en la multitud.- Pixabay

"La actitud es lo importante, si tienes buena actitud los resultados serán mejores". Hace unos días escuché por enésima vez la frase tramposa de la felicidad, esa que predica esta cultura del esfuerzo neoliberal que impregna todas las esferas de la vida. Si yo tuviera una actitud positiva, encararía mejor mi enfermedad, seguramente el deterioro sería más lento, como si poco o nada tuvieran que ver años y años de estudios científicos.

Por otro lado, están esas historias y perfiles de Instagram que hacen de la enfermedad algo happy flower, quizá con la mejor de las intenciones, pero sin preguntarse si habrá a quien perjudiquen, ya que no todo el mundo tiene la misma situación a la hora de encarar una enfermedad o pronóstico. Esa negación del deterioro de los cuerpos, ese culto a la superficialidad, al esfuerzo y al "hombre hecho a sí mismo" nos hacen esclavos de nuestras propias realidades.

Sin embargo, ya sabemos que la desigualdad es uno de los mayores determinantes de la salud de la población, en especial de la salud mental, de acuerdo con las investigaciones realizadas sobre este tema. De entre todas las desigualdades, la económica parece ser la que más afecta al estado mental de la sociedad.

La premisa de la felicidad de la que parte el neoliberalismo deposita la responsabilidad en el individuo, favoreciendo así las medidas que han terminado con el Estado de Bienestar. Si tú te curas, si tú no pides ayuda, podremos recortar en servicios básicos de salud, entre los que se incluye la salud mental. Hace un par de décadas, la protección frente a los riesgos de la enfermedad era considerada una responsabilidad colectiva, algo que ha ido cambiando en los últimos años, con el auge de las ideas neoliberales y el consecuente deterioro de los servicios públicos.

Si nos centramos en los ejemplos de lucha, superación y actitud positiva como únicas pócimas mágicas para la cura, estaremos minusvalorando otras condiciones más realistas como la sanidad pública y sus profesionales. Por todo ello, el caso de Olatz Vázquez me pareció tan potente y revolucionario. La periodista luchó contra el cáncer con la verdad por delante y con una reivindicación clara: la necesidad de cuidar, blindar y priorizar al máximo la sanidad pública para que no vuelva a repetirse que un retraso de diagnóstico tenga consecuencias fatales.

Es difícil explicar que si siento dolor y una fatiga inmensa hay poco o nada que pueda hacer para aliviarlo, más allá de tomar aún más medicamentos para la sintomatología. Soy la primera a la que le gustaría que la actitud positiva o el optimismo le aliviaran tan solo un poco en esos segundos, pero no, siento decirles que no funciona. De ser así, con leernos un manual de autoayuda y desayunar con Mr Wonderful no sería necesario tener que acudir al hospital a ponernos nuestros tratamientos o ir a rehabilitación. La realidad es que los enfermos molestamos. Antes, la enfermedad o la desigualdad eran un problema social, colectivo y ahora se han convertido en algo individual, que pertenece a quien lo padece y que debe gestionar como buenamente pueda, sin molestar en exceso al resto.

De ahí también la dictadura de la felicidad y el neoliberalismo en la enfermedad, que pone la presión sobre el individuo enfermo y no sobre la colectividad, las causas que la provocan, los privilegios a la hora de afrontarla, los recortes en la sanidad. Depositar toda la responsabilidad en el enfermo, tanto para curarse como si no lo hace, echando la culpa a que no ha luchado lo suficiente o se ha rendido, es una manera de escurrir el bulto y no hacerse cargo de la situación que ha llevado allí a esa persona, especialmente cuando hablamos de salud mental.

Las enfermas molestamos, somos notas discordantes en la melodía de esta orquesta impostada. Las enfermas cortamos el rollo, estamos de bajón, no somos un filtro de Instagram con patas. Al fin y al cabo tampoco hemos aprendido a convivir con personas que tienen alguna patología, no nos han enseñado, no sabemos cómo interactuar, qué decir o qué callar; se producen situaciones incómodas porque huele a muerte y es una emoción con la que no estamos familiarizados.

Ojalá seamos capaces de aprender a convivir con la enfermedad, con los problemas de salud como parte más de la vida misma, y responsabilizarnos como algo colectivo, como tribu que cuida a los suyos y que defiende los derechos de todos luchando por una sanidad pública universal de calidad.

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