Otras miradas

COP26 y la empatía

Asunción Ruiz

directora ejecutiva de SEO/BirdLife

Un hombre interrumpe una rueda de prensa de la COP26. REUTERS/Dylan Martinez
Un hombre interrumpe una rueda de prensa de la COP26. REUTERS/Dylan Martinez

Las lágrimas contenidas de Alok Sharma, el presidente de la COP26, durante su discurso final, pasarán a la historia de la diplomacia climática. Representaban a una amplia mayoría de las delegadas y delegados -de Gobiernos y de la sociedad civil- que habían pasado dos semanas dando lo mejor de sí mismos para hacer avanzar la acción por un planeta sano. Antes de bajar la mirada y llevarse la mano a la boca para evitar que el mundo le viera llorar, Sharma pidió disculpas y, sobre todo, no escondió el sentimiento generalizado de decepción que sobrevolaba dentro y fuera del plenario de la cumbre de Glasgow. Y la gente allí presente aplaudió, seguramente porque compartían lo que Sharma quiso decir justo antes de enmudecer: "pero creo como han apuntado, que es vital que protejamos este paquete de medidas".

En un contexto de emergencia, cuando estamos a tan solo cuatro décimas de llegar superar el umbral de seguridad -un calentamiento por encima de 1,5ºC-, el mundo entero espera y reclama que cada COP del Clima acabe en sobresaliente. Y como decía mi compañero de SEO/BirdLife David Howell cuando Sharma cerró la cumbre con el mazo protocolario, Glasgow se ha quedado en un aprobado. En uno de esos aprobados amargos porque muchos de los participantes acudían al examen con ganas fortalecidas y más preparados que en otras convocatorias.

Uno de los elementos que han descafeinado el acuerdo ha sido la rebaja de las expectativas en torno a los combustibles fósiles, elemento central para mantener viva la meta de 1,5ºC. La cumbre acarició la idea de acordar el fin de su uso, pero la presión cambió ‘fin’ por ‘reducción’.  Otra cuestión fundamental para ese aprobado ha sido el pobre resultado en cuanto a pérdidas y daños, que retrasa aún más la financiación para los países más necesitados, para que puedan invertir en tecnologías limpias, para que puedan adaptarse a los efectos que ya se están produciendo y para hacer frente a los impactos que ya son irreversibles.

Tina Stege, delegada de las Islas Marshall, uno de los Estados isla más amenazados, calificó estos dos volantazos de la resolución final de golpes. Pero, acto seguido, señaló que el acuerdo ofrece elementos salvavidas para su país.  Y para todos nosotros.

El alambicado lenguaje diplomático hace complicado ver las señales, pero es cierto que las señales están y que, quien las tiene que recibir, las ha visto. En Glasgow, se han lanzado algunas. Entre ellas, que los combustibles fósiles, y sus subsidios, son el pasado; que la financiación tiene que llegar, y duplicarse; y que no vamos a salir de esta crisis climática sino abordamos, a la vez, la crisis de biodiversidad, la sexta extinción.

Es fácil empatizar con las lágrimas de Alok Sharma y cuesta empatizar con el resultado que, negro sobre blanco, ha dejado esta COP, pero la sensación de frustración que sobrevolaba el plenario de Glasgow parecía de otra pasta. Las palabras finales del presidente sobre la necesidad de proteger el paquete, y con ello el Acuerdo de París y el multilateralismo climático, constituyen un mensaje poderoso. Un mensaje del que no pueden esconderse ni los gobiernos ni los consejos de administración. Ahí es donde se ejecutan los acuerdos. La empatía va dejando sin espacio a la apatía climática.

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