Otras miradas

Wimbledon en tiempos de guerra: lechugas, cerdos y bombas nazis

Ramon Usall

Historiador, escritor y profesor. Autor del libro 'Futbolítica'

Wimbledon en tiempos de guerra: lechugas, cerdos y bombas nazis
Estado de la pista central de Wimbledon tras bombardeos nazis.- WEB OFICIAL DE WIMBLEDON

Como prácticamente todos los torneos de tenis que se precien, Wimbledon acostumbra a acoger a la más alta sociedad local en sus graderías, que en el caso londinense no es poca cosa. La realeza y la aristocracia británica se dan cita, al inicio de cada verano, para seguir el campeonato de tenis más antiguo del mundo, nacido en un ya lejano 1877.

Al igual que la mayoría de grandes pruebas deportivas, Wimbledon es un excelente testimonio de su tiempo como lo demuestra el hecho que tan sólo ha visto interrumpido su andar en tres episodios muy distintos de la historia: la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial y la pandemia del coronavirus. En estas tres ocasiones, la realeza, la aristocracia y la alta burguesía no pudieron encontrarse alrededor de las pistas de un torneo que fue forzado a la suspensión.

La pausa más larga, y la que más cambió su fisonomía, fue la que Wimbledon tuvo que afrontar durante la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de seis ediciones, las comprendidas entre 1940 y 1945, la sede del exclusivo All England Club se transformó radicalmente como consecuencia del conflicto bélico y vio como los integrantes de la alta sociedad que acostumbraban a frecuentarlo daban paso a unos pobladores mucho más singulares.

Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, tras la invasión nazi de Polonia, todos los esfuerzos de la sociedad británica se centraron en la maquinaria de guerra. Aun así, los terrenos del All England Club en Wimbledon, que comprendían amplios espacios que iban desde aparcamientos a pistas de tenis, pasando, entre otros, por un campo de golf, cambiaron su hasta entonces actividad habitual para convertirse en uno de los principales proveedores de alimentos para los londinenses en tiempos de guerra.

En consecuencia, uno de los mayores aparcamientos del recinto pasó a albergar numerosos corrales de madera que constituían una improvisada granja donde se hacinaban cerdos, caballos, gallinas, patos y conejos. Otro de los párquines fue excavado para convertirse en un huerto del que se obtenían lechugas y hortalizas varias.

Las míticas pistas del prestigioso torneo de tenis se libraron de ser conreadas pero se quedaron sin actividad dado que la guerra había paralizado toda práctica deportiva.

El distrito de Wimbledon, donde se situaba el All England Club, se convirtió en un importante objetivo para las bombas nazis que los aviones de la Luftwaffe lanzaban sobre territorio británico. La razón era muy sencilla. Wimbledon acogía varias industrias de especial importancia para el ejército británico. En concreto, una fábrica de ametralladoras y otra de bugías, lo que justificaba que en la región se encontraran múltiples baterías antiaéreas para proteger no tan sólo a su población sino también a estos espacios de alto interés estratégico.

El All England Club de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, pues, perdió su glamur para pasar a acoger, como residentes habituales, a agricultores y  a granjeros que se cuidaban de proveer en alimentos a los londinenses, pero también a numerosos soldados que se amontonaban en el campo militar situado en las mismas instalaciones de Wimbledon.

Las fuerzas nazis, en el marco de la Batalla de Inglaterra que libraron contra el ejército británico por el control del espacio aéreo de Gran Bretaña, no dudaron en atacar un recinto de alto interés estratégico como lo eran los terrenos de Wimbledon. A lo largo de los seis años que se prolongó la guerra, la Luftwaffe llegó a lanzar más de mil bombas sobre el distrito de Wimbledon provocando más de ciento cincuenta muertos, más de mil heridos y destruyendo miles de viviendas en la región.

La noche más trágica para el Wimbledon tenista llegó el 11 de octubre de 1940 cuando cinco bombas nazis alcanzaron directamente los terrenos del All England Club. Dos de los proyectiles, de más de doscientos kilos cada uno, impactaron en el campo de golf, otro se estrelló contra el acceso principal, mientras que el cuarto lo hizo contra un cobertizo que servía para guardar herramientas.

El quinto fue el que tuvo un mayor impacto sobre el imaginario británico dado que estalló directamente contra una de las graderías de la pista central de Wimbledon, destruyéndola parcialmente y provocándole la pérdida de mil doscientas de sus localidades.

Aunque no se encontraba en uso desde el inicio de la guerra, la imagen de la principal pista de Wimbledon destruida conmocionó a la alta sociedad británica que estaba acostumbrada a darse cita en ella al inicio de cada verano.

Con el fin de la Batalla de Inglaterra, que terminó en octubre de 1940 con los británicos aplacando el intento de la aviación nazi de someter al Reino Unido, los ataques alemanes sobre el distrito de Wimbledon rebajaron su intensidad pero aun así, como hemos apuntado, continuaron provocando daños entre su población.

A pesar de ello, las instalaciones del All England Club, convertidas en granjas, huertos y campamentos militares, no tuvieron que lamentar otro ataque como el vivido el 11 de octubre de 1940. A pesar de ello, Wimbledon no recuperó la práctica del tenis hasta la derrota definitiva de las fuerzas de Hitler, en mayo de 1945. Tan solo un mes después del fin de la guerra, el All England Club quiso organizar un torneo para evidenciar que el Reino Unido y su tradición deportiva habían sobrevivido al conflicto bélico. En esas condiciones, el trofeo de Wimbledon no pudo continuar todavía su andadura, pero en su lugar se disputó un torneo con jugadores procedentes de las fuerzas armadas británicas que logró congregar a cinco mil espectadores en una pista central que seguía mostrando las consecuencias de los bombardeos nazis.

La competición oficial se retomó en 1946, todavía sin la pista central arreglada, dando inicio a una tradición que aún se mantiene en nuestros días: la presencia de oficiales del Ejército británico trabajando como voluntarios durante el torneo de Wimbledon. Vestidos con sus uniformes, estos soldados, que se codean con la alta sociedad que acostumbra a poblar las graderías, recuerdan que hubo un tiempo en que en lugar de acoger a la aristocracia y a la burguesía londinense las instalaciones del All England Club albergaban pastos de lechugas y corrales de cerdos mientas eran objetivo de las bombas nazis que la Luftwaffe lanzaba desde el cielo.

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