Otras miradas

Soprano, White, Areta, Boadella, Savater

Guillermo Zapata

Guionista

Walter White en el tráiler de la primera temporada de Breaking Bad
Walter White en el tráiler de la primera temporada de Breaking Bad

Hace unos meses se presentó el último libro del Albert Boadella, con prologo de Cayetana Álvarez de Toledo. El libro reproduce una conversación entre el propio Boadella y un joven atolondrado que está realizando un doctorado sobre teatro y quiere conocer al propio Boadella y establecer un diálogo. El título del libro es Joven, no me cabree. Al final del mismo, Boadella pone encima de la mesa un resumen-propuesta-estado de la cuestión: "Lo que hacen falta son cojones". Luego matiza y añade que lo mejor es tener cojones y sentido del humor.

El pasado sábado se publicó en el diario El País una columna de Fernando Savater en la que se explicaba que el Gobierno italiano que dirigirá Giorgia Meloni no debe preocuparnos en demasía. Al fin y al cabo, nosotros habíamos sobrevivido sin mucho drama a Pablo Iglesias, Irene Montero e Ione Belarra. La columna no era la expresión de un rabioso exabrupto, sino más bien una linea en coherencia con otras de los últimos años.

Germán Areta es detective. Ha sido creado por José Luis Garci para protagonizar las tres películas que existen hasta el día de hoy en la trilogía de El Crack. Dos de ellas protagonizadas por un Alfredo Landa descomunal y la tercera, precuela de las anteriores, por un Carlos Santos no menos descomunal. "El crack cero" existe en un territorio ficcional: un Madrid en blanco y negro, lluvioso y musicado por el piano melancólico de Jesús Gluck. La película sucede en el trayecto histórico que forjó las vidas de Boadella y Savater: el final del franquismo, el inicio de la democracia, y los consensos del 78, pero su mirada sobre la época está escrita desde hoy.

Proyectados sobre el hoy, los personajes de la película viven con una mezcla de anhelo y terror el fin del franquismo. Con la certeza de que los españoles no sabremos cuidar la democracia y terminaremos por romperla. Como niños pequeños a los que se les entrega un juguete demasiado valioso. Los textos de Savater o de Boadella están preñados del mismo sentimiento fatal, de la misma sensación de "todo está perdido", en algún caso, o de "afortunadamente estos no han terminado de joderlo todo", en otros. Depende del humor, supongo.

Tony Soprano es un mafioso con ataques de pánico. Un hombre debilitado por un país que no reconoce y que se arrastra por una pendiente de nostalgia: América. La América inmediatamente anterior al 11 de septiembre, es presentada como un territorio desorientado y en decadencia en el que los hombres viven debilitados y teniendo que afrontar, horror, sus sentimientos. "¿Qué paso con el "tipo callado"?", se pregunta Tony en sus primeras sesiones de terapia. Su mejor amigo se está muriendo de cáncer, el sobrino de Tony es un yonqui flipado con ideas fantasiosas sobre escribir guiones y triunfar en Holywood. Ya nadie se lo toma nada en serio y la mafia ya no es la mafia. El último capítulo de Los Soprano, ya en una América posterior al 11 de septiembre, se titula Made In América. Ninguna serie ha descrito mejor la decadencia de un sueño y la depresión asociada a dicha caída.

El día que Walter White, profesor de física venido a muy menos, cumple 42 años, le diagnostican un cáncer que muy probablemente va a matarle. Con esa losa encima, decide empezar a producir y vender meta-anfetamina para, dice, proveer de recursos a su familia. Poco a poco irá convirtiéndose en Eisenberg, el villano de la función. Alterego muy poco alter de un personaje levantado a los altares de las masculinidades más tóxicas -esas que van sobradas de cojones y sentido del humor- y que termina por confesarle a su mujer que todo lo que ha hecho no ha sido por cuidar a su familia, a la que no ha parado de poner en peligro de muerte, sino por ego. Como dice la canción de Los Chikos del Maíz que referencia Breaking Bad: "no es por la pasta, es por el ego y hacerlo brillante".

White y Tony forman una pareja a la que habría que sumar el Don Draper de Mad Men para encontrar la santísima trinidad de los machos en decadencia. Depresión en el caso de Tony, cinismo y reinvención permanente a través del consumo en el caso de Draper y las más pura de las rabias en el caso de White son las respuestas a la perdida de centralidad de la figura masculina, el pater familias, el centro de toda narración y sentido, en el panorama cultural del hoy.

Hay un tipo de persona, fundamentalmente hombre, que lleva sintiéndose como Draper, White, Soprano, Areta, Savater o Boadella desde que el 15 de mayo de 2011 se llenaran las plazas de toda España. Hasta ese día, un presente perpetuo le pertenecía. Había hecho la transición y apuntalado un sistema de libertades. No era de derechas. Al contrario, despreciaba a la derecha con superioridad moral. Se sentía parte de una generación progresista que había modernizado España. Había votado al primer PSOE y querría seguir votándolo, pero los acontecimientos conspiran en su contra. Si lo de mayo de 2011 inició un camino, la eclosión salvaje del feminismo a partir del MeToo, la sentencia de la manada y las grandes movilizaciones de los últimos cuatro o cinco años han acelerado esa sensación de arrinconamiento. Por si eso fuera poco, ha visto como fuerzas independentistas ponían en jaque el orden democrático sin que, a su entender, se hiciera mucho por evitarlo. Y acto seguido se produce un gobierno de un PSOE que no reconoce. Un PSOE que no es "su PSOE". Uno que forma gobierno con populistas, feministas y apoyado por independentistas. No lo dice en voz alta porque no tiene tribunas o libros que nadie le publique, pero cuando lee a Savater o a Boadella encuentra consuelo y un cierto sentido común, rescatan un orden que parecía perdido. Esas personas son a las que Feijóo se dirige sistemáticamente cuando habla del PSOE. Y quizás acarician la idea de votarle. Por eso es importante que esa gente entienda poco a poco que Vox no tiene porqué ser una enorme amenaza. Al menos no peor que lo que ya hay.

No son, por cierto, representantes de una generación. Ese es sólo el papel que se han otorgado, pero por fuera quedan muchísimos hombres y mujeres que peinan canas, que hicieron la transición tanto como ellos y que, simplemente, han decidido vivir en el goce de libertad y conquista de derechos de sus hijas y sus nietos y convertirlo en algo también suyo. Encontrarse con la sociedad de nuevo en vez de apartarse de ella. Dejar, vaya, de mirarse en el espejo, para evitar enredarse en el reflejo del mismo.

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