Otras miradas

El fascismo folclórico y el idiota del coche

Miquel Ramos

Varias personas con banderas franquistas en el acto celebrado este domingo 20 de noviembre un acto organizado por el Movimiento Católico Español. -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
Varias personas con banderas franquistas en el acto organizado este domingo 20 de noviembre por el Movimiento Católico Español. -Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

Una lluvia intermitente bajo un cielo gris golpea los vehículos que hacen cola en la entrada del Valle de Cuelgamuros. Quedan pocos minutos para que empiece la misa. Algunos miran desafiantes desde sus coches a los pocos periodistas que rondan la entrada al mausoleo. La Guardia Civil ordena el tráfico y conduce a un grupo de personas al otro lado de la calzada, donde cada 20 de noviembre, desde hace más de quince años, exhiben las fotos de sus familiares asesinados y varias pancartas donde exigen justicia y reparación para las víctimas del franquismo.

No pasará mucho tiempo hasta que los mismos vehículos bajen de nuevo la carretera tras finalizar el oficio religioso. Esta vez pasan a escasos metros de los familiares de las víctimas que aguantan estoicamente la lluvia desde el arcén, viendo cómo, quienes se habían santiguado minutos antes, los amenazan de muerte desde sus vehículos y les dedican varios insultos y saludos nazis. Uno de los devotos incluso nos hace el gesto de rajarnos el cuello a los periodistas que cubrimos el acto. Y para despedirnos, finalmente pasó el idiota del coche rojo levantando el brazo, llamándonos hijos de puta y enviándonos 'a mamar pollas'. Tuve la suerte de grabar tan valiente hazaña, y el idiota se hizo viral. No como la concentración de los familiares de las víctimas, que pasó más desapercibida que el niñato maleducado con coche caro.

Los medios también se han hecho eco de la tradicional marcha nocturna que los falangistas organizan cada año en honor a José Antonio Primo de Rivera, y del acto fascista de la plaza de Oriente en Madrid del 20N. Cada año lo mismo. El folclorismo fascista como muestra de la roña que, se supone, el Gobierno plantea limpiar con esta nueva ley, y se apresura a anunciar que se estudiarán las posibles infracciones de los participantes, convocados, no lo olvidemos, por organizaciones legales. Sí, en España, las organizaciones fascistas, franquistas y nazis, son legales. Aunque también son marginales e irrelevantes políticamente. Al menos las que lucen orgullosas sus insignias. A otras, sin embargo, no les hace falta lucirlas, a pesar de venir de la misma escuela y predicar lo mismo. Eso sí, con otras palabras más finas y con mejores galas.

No hace tanto, tan solo escasas semanas, una de las principales organizaciones nazis, legal en España, homenajeaba en Dénia a Gerhard Bremer, antiguo oficial nazi de las Waffen-SS, que participó en la invasión de Polonia y que vivió plácidamente hasta su muerte en la costa de La Marina. En el mismo cementerio donde reposan los restos de este criminal de guerra nazi, encontramos también al Hauptsturmführer Anton Galler, responsable del asesinato de 560 personas, la mayoría mujeres y niños, en la que se conoce como Masacre de Santa Ana de Stazzema. También se homenajea cada año en otro cementerio a la División 250 del ejército alemán a las órdenes de Hitler. La conocida como División Azul, formada por españoles, conserva calles y monumentos en varias ciudades, como la Legión Cóndor que bombardeó Gernika y otras ciudades durante la guerra.

Las calles de la capital española y de muchos pueblos y ciudades siguen rindiendo homenaje a fascistas como Millán Astray, a quien el alcalde de Madrid dedicó una estatua recientemente. La Ley de Memoria Democrática recién aprobada tiene deberes que hacer, y está por ver hasta dónde llega. Sin embargo, lo más destacable de esta ley, y quizás lo más necesario, simplemente por humanidad y por la deuda pendiente, sea rescatar a las víctimas del franquismo que todavía yacen en fosas y cunetas. Algo que llega tarde y que muchos familiares ya no podrán ver, pero que resarce en parte el dolor que estas familias llevan arrastrando desde que les arrebataron una parte de ellas.

Fascistas que desfilan con sus camisas azules, que rezan al dictador en sus templos, o el chino franquista de Usera dando voces como un poseso, como los personajes que popularizó Javier Cárdenas en Crónicas Marcianas, es lo que algunos dicen que es el fascismo. Es la imagen patética que dan de lo que realmente está mucho más anclado e instalado en este país. Esto no es más que el folclore rancio y casposo que queda, que hoy saca pecho teniendo buenos padrinos en las instituciones, sí, pero que no dejan de ser eso, pura roña nostálgica. Queda feo para España dar esa imagen, incluso para los propios fascistas más serios y combativos, que también se quejan de estos aquelarres y de estos personajes, pero que no representan en verdad el verdadero problema con el fascismo que tenemos.

Al fascismo hoy ya no le hace falta desfilar con antorchas. Ni siquiera reivindicar que lo es. Tiene ya un buen puñado de representantes públicos en las instituciones, votados democráticamente; tiene varios medios de comunicación y decenas de voceros en otros medios. Y tiene a todos los artífices del régimen del 78 recordándonos que ellos sepultaron al fascismo con Franco, que las dos Españas se dieron la mano y que aquí solo quedan cuatro fachas sin importancia que salen cada 20N.

Borrar los símbolos, quitar nombres franquistas del callejero, sancionar cánticos y banderas del régimen puede ayudar a limpiar un poco la imagen, pero es una simple limpieza de la fachada (nunca mejor dicho), de un edificio que, en realidad, está lleno de basura por dentro. Quizás tu calle deje de honrar a los voluntarios españoles que se alistaron en el ejército de Hitler, pero en la televisión tendrás a un señor, muy demócrata él, ladrando contra los moros, las personas migrantes, las feministas, el colectivo LGTBI y la dictadura progre que no le deja decir lo que piensa, aunque lo esté haciendo todos los días, él y ochenta como él, en prime time y en los principales medios. Además, cuentan con un buen puñado de liberales y progresistas repitiendo ese mismo mantra de la cultura de la cancelación, de la incorrección política. Hay que reconocer que han sabido jugar bien sus cartas y se han adaptado mejor al nuevo régimen que muchos de esos que dicen haber corrido delante de los grises y hoy no se diferencian tanto.

Las familias que se enriquecieron mediante el expolio y las prebendas del fascismo ya no van a la misa del 20N. No hace falta. Mejor no llamar la atención, y que a nadie se le ocurra hablar de cómo se hicieron ricos y a cuenta de quién. Hasta aquí no llega la ley, tranquilos. Ahora, sus empresas y sus descendientes disfrutan de una gran reputación, nunca truncada por los cambios del régimen, como sus fortunas. Ese melón no se va a abrir, porque significaría revisar de verdad lo que fue el franquismo, más allá de un genocidio. Un sistema que hizo ricos a unos pocos y que empobreció, sometió, torturó y mató a muchos otros, para los que esta nueva ley no prevé reparación ninguna más allá de anular sus condenas.

El fascismo aprendió la lección hace muchos años, a pesar de aquellos que se empeñan en representar su propia caricatura en fechas señaladas o en sus encuentros marginales. Estos cumplen muy bien su función representando lo que supuestamente queda del fascismo. Los nuevos fascistas no necesitan este folclore. Se pueden incluso permitir el lujo de distanciarse de ellos y hasta rechazarlos. El nuevo fascismo, como el viejo, son los dueños del cortijo, no los temperamentales falangistas que ejercen de brazo ejecutor. Los nuevos fascistas ni siquiera visten como los de los 90, con botas y bomber. Hoy son mucho más sofisticados, y aunque de aquellos quede alguno, estos prefieren esperar su turno, pacientemente, a que otros hagan su trabajo en los medios, en las redes y en las calles, y ya algún día, quizás no muy lejano, estén redactando el BOE. Mucho más peligroso que cruzarte con cuatro nostálgicos en Madrid una vez al año, o que el niñato del coche rojo insultando y sacando el cuerpo por la ventana sin cinturón y haciéndose viral por idiota.

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