Otras miradas

Víctima contra víctima

Ana Bernal Triviño

Imagen de archivo de una mujer sosteniendo un cartel en el que se lee 'Nos tocan a una, nos tacan a todas' en la manifestación en MAdrid con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en Madrid a 25 de noviembre de 2019. -Jesús Hellín / Europa Press
Imagen de archivo de una mujer sosteniendo un cartel en el que se lee 'Nos tocan a una, nos tocan a todas' en la manifestación en Madrid con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en Madrid a 25 de noviembre de 2019. -Jesús Hellín / Europa Press

Hace días, Fayna Bethencourt denunció en sus redes sociales que su expareja Carlos "El Yoyas", condenado por violencia de género, es un prófugo de la justicia. Sigue escapando de la cárcel porque no hay una búsqueda activa (se le detendrá si aparece por casualidad) y, por otro lado, como una amplia mayoría de maltratadores, porque se niega a reconocer que sus hechos fueran delito. Esto, en sí, constituye otra forma de maltrato más, porque la incertidumbre acentúa la angustia o el miedo sobre las víctimas.

La cuestión es muy delicada y aún así hay prensa que se permite frivolizar con el tema. Hace unos días, la propia Fayna (por si ya no tiene un frente abierto importante) tuvo que dedicar su tiempo y energía en negar una información que indicaba "el zasca de Fayna Bethencourt a Rocío Carrasco tras anunciar que contará su historia de malos tratos". Es enfrentar a víctimas contra víctimas. De esta forma, el ya maltratador o la persona acusada de agredir pasa a segundo lugar, no se habla de él sino que todo se cierne sobre ellas. Esto es un clásico. Lo hemos visto durante las huelgas laborales, donde enfrentar a la clase trabajadora es muy efectivo. Volviendo al caso de Fayna y Rocío, se pretende así establecer comparaciones para seguir alimentando el mito de "la buena víctima", porque parece que para ser víctima hay que cumplir una especie de "requisitos" a vista de los demás para ser refrendada públicamente.

Según esta comparativa, también se dijo en televisión que la diferencia entre Rocío Carrasco y Fayna Bethencourt es que una tiene la verdad judicial y la otra parte no. Yo más bien diría que Fayna tiene la suerte de haber dado con un equipo especializado que ha comprendido toda su situación. También diría que si algunas han sido apoyadas por la justicia, lamentablemente, muchas de las mujeres asesinadas o maltratadas en este país no lo fueron y quedaron desprotegidas. Ana Orantes, nunca tuvo una sentencia a su favor. A Ruth Ortiz la justicia no le reconoció sufrir violencia psicológica cuando José Bretón asesinó a sus hijos. Pero tampoco Ángela González Carreño que solo tras acudir a Naciones Unidas después de que su expareja asesinara a su hija obtuvo el reconocimiento de la violencia institucional. Como ellas, hay demasiadas. Quizás si desde el periodismo el esfuerzo se centrara en explicar cómo hay diferencias que condicionan los casos de muchas mujeres, podríamos avanzar más. Quizás si se escribiera más que este diciembre está siendo el peor mes, con más asesinadas, nos centraríamos en lo importante.

Por supuesto que la verdad judicial da más garantías pero centrar el discurso solo en eso termina, a la vez, por dañar a unas mujeres que padecen la situación de cuando la justicia no es justa. Por otro lado, también esa ligereza oculta otras realidades que hay que contextualizar: desde informes psicosociales a favor de ellas, otras sentencias a su favor, precisar que un archivo no es que haya una verdad judicial de inocencia absoluta del acusado y de mentirosa de quien denuncia (de hecho, Carrasco no tiene ningún juicio por denuncia falsa) sino que aún faltan pruebas o que para eso se produzca debe haber un juicio que no siempre se hace. 

Comparar a las víctimas es indecente cuando ni el proceso judicial es el mismo porque ni siquiera los tiempos ni las vivencias son las mismas, ni los equipos que las atienden. Y que todo esto solo provoca llevar a lo mediático un supuesto enfrentamiento en fondo, formas y modos de actuar de cada una que son incomparables, porque las circunstancias de cada una lo son.

Por último, un apunte. Cuando mujeres conocidas por el público, que están en medios de comunicación, denuncian violencia de género nunca debemos olvidar que otras muchas mujeres anónimas, víctimas del machismo, están viendo la televisión. Y ellas pueden ver un espejo donde identificar sus procesos. Enfrentar, humillar o cuestionar a esas mujeres públicas terminará por ocasionar los mismos efectos en esas otras anónimas que se identifican con ellas. Si estamos con la causa y el compromiso, estamos con él al cien por cien, te guste la víctima más o menos. No tienes que quererla ni llevarla a los altares. No vale defender a una mujer víctima solo porque sea tu amiga, hay que defenderla porque en ella están representadas también otras muchas que no tienen voz. Y eso pasa por escucharlas, respetarlas y no enfrentarlas. Porque mientras no hacemos eso, sus agresores están aplaudiendo, riendo o escapando de la justicia.  

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