Otras miradas

Gatitos contra cenizos de izquierdas

Nagua Alba

Psicóloga. Ex diputada en el Congreso

Gatitos contra cenizos de izquierdas
Un momento del tik tok de Sumar

Un plátano con cara de gato duerme plácidamente en su cama cuando empieza a soñar con un señor aparentemente enfadado y coronado con los logos de PP y Vox, su cabeza gruñona asoma de un váter delante del Congreso de los diputados. Entonces, una manzana (con cara de gato también, esto es importante) se lo lleva a votar y ambas frutas (junto a otros gatos no frutales) celebran la victoria de Yolanda Díaz en la elecciones generales.

Se trata de la primera entrega de una serie de vídeos que Sumar ha publicado en TikTok en las últimas semanas. Así narrado podría parecer un delirio, visto en TikTok es, como poco, sorpresivo. A quien se tope con estas piezas animadas mientras hace scroll es probable que le surjan muchas dudas: ¿por qué las frutas tienen cara de gato?, ¿acaso sueñan los plátanos?, ¿votarán también los perritos o es solo cosa de mininos? Y una conclusión evidente: qué maja Yolanda Díaz que tiene de su parte a los seres más adorables de internet.

Esas son las dudas y conclusiones que me asaltaron a mí al menos. Eso sí, bastante diferentes de las que se impusieron en ciertos espacios de debate. Para muchos, vídeos como éste infantilizan a los y las votantes y les tratan como idiotas, frivolizan con algo tan importante como unas elecciones generales y están vacíos de contenido. Numerosas críticas provenían de la derecha (un usuario en Twitter llegó a bautizar a los protagonistas como "gatitos transfrutados" y creo que deberíamos abrir el debate de cómo apropiarnos de semejante genialidad), pero otras muchas surgían de lo que, a partir de ahora, denominaremos los cenizos de izquierdas.

Antes de escribir estas líneas he buscado las diferentes acepciones de la palabra cenizo con la intención de comprobar si se ajustaba a lo que quería decir y, entre ellas, "del color gris de la ceniza" o "dicho de una persona: Que tiene mala suerte o que la trae a los demás" encajan a la perfección. Los cenizos de izquierdas viven en un mundo gris y les da pánico que alguien salga de él, por lo que boicotean el más mínimo intento de que eso pase.


Tengo una hermana de 19 años, 14 nos separan en dos generaciones, la mía, la millennial, la suya, la Z. Mi hermana y yo conversamos a menudo sobre cómo nos representamos el futuro, nuestros planes, ilusiones y esperanzas, y la brecha entre nuestras interpretaciones de la realidad resulta más que evidente. Mientras mi generación está conformada por personas soñadoras y frustradas, a las que se prometió mucho y que se niegan a renunciar del todo a aquel futuro ya imposible en el que vivirán mejor que sus predecesores; la de mi hermana la empapa el cinismo, la certeza de que por mucho que se esfuercen, por mucho que planeen o sueñen, el futuro pinta regular. Y, para colmo, el presente se empeña en apuntalar de manera sistemática esa certeza.

En un momento en el que el precio de la vivienda de alquiler se ha incrementado ocho veces más que los salarios de la juventud e irse de casa se convierte en una quimera; en el que las libertades y derechos que tanto costó alcanzar a colectivos que han sido históricamente oprimidos están en peligro; que se pone en cuestión que las mujeres sufrimos violencia por el mero hecho de serlo e incluso se normaliza dicha violencia (un 20% de los jóvenes de 18 a 21 años considera que golpear a su pareja tras una discusión, insultar o controlar el móvil no es una forma de maltrato) o en el que en algunos lugares del planeta se han alcanzado ya temperaturas incompatibles con la vida humana; la desazón, o en el peor de los casos, la rabia, se adueñan de quienes encarnan el futuro de nuestro país. Y por eso es más importante que nunca hablarles.

La extrema derecha lo entendió hace tiempo y lleva ya mucho inundando de sus discursos de odio los móviles y ordenadores de los y las más jóvenes. Es momento de que la izquierda les muestre horizontes alternativos a los que les ofrece la derecha, que les explique que sus vidas pueden ser mejores, que se ha avanzado mucho ya y, con su complicidad, puede avanzarse muchísimo más. Pero para eso hay que acudir a donde están y dirigirse a ellos y ellas en sus códigos, salir del cómodo mundo gris de los dogmas y arrojarse al abismo de los memes y los shorts.


Mi hermana pasa muchas horas al día en TikTok (yo también, pero como una turista despistada e incapaz de comprender las costumbres locales de su destino), el algoritmo le ofrece entretenimiento y también información (alguna rigurosa, otra no tanto y otra directamente falsa). La mejor forma de dirigirse a ella y a su entorno para darles las respuestas que buscan es desde esa red social. No voy a entrar a debatir la complejidad de tomar decisiones que implican asumir las reglas del juego de empresas de ética cuestionable (sobre esto y mi amor por los gatitos escribí ya aquí), soy consciente de los riesgos que entrañan, pero también lo soy de las posibilidades irrenunciables que abren. Mi hermana no escuchará a los cenizos de izquierdas, no les entiende cuando hablan desde la comodidad de quien se sabe intachable aunque se quede completamente solo, pero puede que un plátano soñador llame su atención, despierte su curiosidad y la invite a investigar algo más, a zafarse del cinismo y atreverse a soñar con un futuro en el que pueda ser libre y feliz. Un futuro que es real, pero que está por construir aún y para el que la necesitamos con urgencia. Yo, en el cenizos versus gatitos, tengo claro por qué equipo hay que apostar.

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