Shakira no ha inventado la rueda. Hagas lo que hagas, hay que recordar siempre lo mismo: una folklórica lo hizo antes. Y, con esto no quiero minusvalorar la gran carrera de Shakira y su canción con Bizarrap, simplemente recalcar que, aunque se pueda llegar a ser grande, hay una mujer que ha sido, es y será la más grande.
Rocío Jurado fue una pionera en transformar el dolor en arte. Quizás sea porque era andaluza y nuestra cultura sabe mucho de llorar cantando y romperse la voz de la pena o, simplemente, porque es de esas personas únicas que no sabes muy bien qué cúmulo de acontecimientos y experiencias ha hecho que se cree un personaje tan trascendental como el suyo. Para quienes ya hemos escuchado la canción de Shakira es como si la mezcla de Rolex y Ferrari se convirtiera en mujer. Porque mientras en este país las mujeres estaban relegadas al silencio de sus casas y callaban las infidelidades de sus maridos con vergüenza y rendición, Jurado le dedicaba a su marido, el boxeador Pedro Carrasco, la canción "Ese hombre". Más quisiera ese hombre haber sido futbolista y apellidarse Piqué, porque la cantidad -y calidad- de los beef que le dedicó no le llega ni a la suela del zapato a las que ha recibido Piqué por parte de Shakira.
Shakira hoy lo ha hecho. Jurado lo hizo hace más de 40 años. Pero lo importante es que las mujeres sigamos haciendo público lo que siempre nos han enseñado que había que llevar oculto. Porque nuestras abuelas callaban el sufrimiento que les hacían pasar porque "era lo que había". A nosotras nos han enseñado -de forma incorrecta- que el empoderamiento es contrario al sufrimiento por amor, pero, a su vez, también se mantiene esa catequización de que siempre seremos culpables de que nuestra pareja sea un gran necio, un estúpido, engreído. Porque la culpa de que sean infieles, abandonen la relación o no nos preste la atención que merecemos siempre será nuestra; de no ser lo suficiente, no saber dar lo que quería o, incluso, culpables de envejecer o querer tener vida propia. El foco siempre cae sobre nosotras, porque la responsabilidad emocional siempre la cargamos sobre nuestras espaldas y no nos han enseñado a otra cosa que a pasar de puntilla para que el otro sufra lo menos posible, a pesar de que a nosotras nos quemen las mejillas y nos duelan hasta las pestañas. Porque ya nos han aleccionado demasiadas veces. Hemos aprendido a golpe de ser la ex loca y despechada que lo único que quería era que el mundo supiese que ese hombre que tú ves ahí que aparenta ser divino, tan afable y efusivo, solo sabe hacer sufrir. Porque decirlo era que nos colgasen el papel de desquiciadas, mientras ellos siempre seguían siendo los galante, tan atento y arrogante.
Por eso Rocío Jurado fue liberación, porque no le importó ser esa mujer histérica. Al igual que tampoco le importó ser aquella mujer que dijo por primera vez, y abiertamente, hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo que mi cuerpo no tiembla de ganas al verte encendido, mientras el placer femenino era un tabú que nadie se atrevía a romper pero que ella decidió decirlo y gritarlo a seguirte fingiendo. Al igual que tampoco le importó ser aquella mujer que tomaba la decisión que el amor se acaba porque se vuelven cadena lo que fueron cintas blancas, mientras las mujeres eran retratadas como sumisas sin poder de decisión. Al igual que tampoco le importó ser la Clara Chia y contar su versión de la infidelidad cantando la canción "Señora" donde le explica a la mujer del infiel que él me dijo que era libre y yo lo creí y ahora es tarde, mientras las amantes eran la viva imagen de la oscuridad y la deshonra. Pero, sobre todo, Rocío Jurado quiso ser la mujer con nombre propio, identidad y sentimientos, alejada del sometimiento, la sombra de un hombre y una versión edulcorada de lo romántico. Y por eso cantó "Paloma Brava", para recordar que tú piensas que yo soy una paloma dichosa de picar entre tus manos el pan que pones cuando se te antoja que a veces se te antoja de año en año/y yo no soy como crees que yo soy, que soy una paloma brava y para saciar mi sed toda la lluvia no basta.
Al fin y al cabo, entre Rocío Jurado y Shakira hay una línea que las une, que es la misma que compartimos todas las que intentamos no callarnos. Somos las que se escaparon contigo mar adentro sin escuchar las voces en el viento, pero que la vida, el feminismo y las amigas nos enseñó que lo que hizo ese payaso vanidoso, inconsciente y presumido no tiene por qué quedarse en la intimidad de nuestra casa. Puede hacerse público, transformarse en arte o en charlas con amigas. Porque si sufrimos, tenemos el derecho de contarlo o cantarlo, sin pedir perdón que te sal-pique. Porque el contarlo nos hace aprender que agua que no es de beber déjala correr y que el sufrimiento, cuando es compartido, se hace más llevadero y, sobre todo que, aunque las mujeres sigan llorando, también facturan porque no hay dinero suficiente para pagar todas las sesiones de psicólogo y las cañas con amigas que hemos necesitado para superar el dolor que nos ha hecho sufrir algún que otro falso, enano, rencoroso que no tiene corazón.
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