Otras miradas

Ayuso en la Complutense o cómo la polarización mata la democracia

Mario Ríos Fernández

Profesor asociado y doctorando en la Universitat de Girona

Ayuso en la Complutense o cómo la polarización mata la democracia
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y el vicepresidente de la Comunidad de Madrid y consejero de Educación, Universidades y Ciencia de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, durante una rueda de prensa después de la reunión del Consejo de Gobierno, en el Ayuntamiento de Galapagar, a 25 de enero de 2023, en Galapagar, Madrid (España).- EUROPA PRESS

Vivimos una etapa de gran retroceso democrático. La mayor parte de los think tanks y centros universitarios que se dedican al estudio de la democracia en el mundo constatan un empeoramiento de aquellos indicadores vinculados a las libertades y derechos civiles básicos, a la neutralidad de las instituciones, a la transparencia en su funcionamiento y al respeto por las minorías políticas, sexuales, étnicas, religiosas y nacionales. Las democracias avanzadas y consolidadas están sufriendo un grave deterioro en muchos de sus principios de funcionamiento básico y aquellas que estaban en proceso de consolidación institucional han caído en una espiral autodestructiva que las acerca a pasos agigantados a nuevos modelos autocráticos. Tal es así que la situación de la democracia en el mundo es similar a la de 1989, antes de la tercera ola democratizadora.

Uno de los procesos que más está deteriorando la democracia es la dinámica polarizadora que estamos viviendo y que, aunque afecta a todo el espectro político, tiene especial presencia en la familia conservadora. Los intentos de los seguidores de Bolsonaro  o Biden de subvertir los resultados electorales son solo los dos ejemplos más extremos de cómo la polarización está acabando con el sistema democrático. La amenaza ya no son los militares deponiendo gobiernos electos, sino que una gran parte de la ciudadanía no cree en lo más básico del sistema: que las elecciones son libres y competitivas y que cualquier opción política las puede ganar. Cuando parte de las derechas globales, ya sea en EEUU, en Brasil o aquí, cuestionan el proceso electoral, el colapso democrático está mucho más cerca.

Pero este es el resultado más extremo de la polarización política. Existen otras derivadas que, aunque no tan evidentes, también socavan los fundamentos de cualquier comunidad democrática. La dinámica polarizadora está triturando derechos que hasta hace poco se daban por descontado y que inciden en la vida de grandes segmentos de la población que injustamente se han considerado minorías. Frente a esta dinámica, una de las máximas de cualquier régimen democrático es establecer los mecanismos para protegerlas. El asalto a los derechos reproductivos de la mujer que ha intentado Vox desde la Junta de Castilla y León y que ha provocado un enorme debate en el seno de la derecha española es un ejemplo de la estrategia que van a utilizar los sectores más ultras para deteriorar lo que debería ser una sociedad democrática. Introduciendo este tema en el debate radicalizan a su base más dura y siembran la duda en el principal partido conservador, en este caso el PP de Feijóo, lo que acabará influyendo en gran parte de sus votantes. Este debate en la derecha abrirá el melón del aborto a nivel global siendo este un tema en el que hasta la fecha el consenso era amplio.

Pero esto no solo se da en Vox. Otro ejemplo mucho más reciente de esta polarización política para fracturar la sociedad es el que lleva a cabo constantemente Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid destaca como el mejor ejemplo de esto en nuestro país e inclina al PP aún más hacía posiciones más radicalizadas que resquebrajan aún más los consensos existentes. La última polémica de la presidenta Ayuso ha sido su discurso después de los abucheos en la UCM, pero también tenemos que recordar cómo desde hace unos meses ha incrementado su beligerancia discursiva contra el Gobierno de coalición lanzando mensajes como "Sánchez o España", dudando de la legitimidad de las futuras elecciones generales, cuestionado el machismo estructural existente o los efectos del cambio climático y hablando de la cultura de la cancelación que los conservadores sufren en espacios públicos como la universidad.

Ayuso es una polarizadora de manual: introduce temas en la agenda que desde posiciones progresistas y democráticas parecen absurdos y se consideran claramente consolidados y de consenso pero que rompen la espiral del silencio que se daba en algunos sectores conservadores minoritarios que siempre estuvieron en contra. Al darle voz a estos sectores situados en los márgenes, Ayuso obliga a debatir sobre cuestiones aparentemente cerradas e influye sobre otros votantes del espectro conservador para los que estos temas no eran importantes, pero se oponen a las posiciones que el bloque progresista toma. El resultado es una confrontación en bloques separados que discuten no sobre políticas públicas si no sobre cuestiones básicas como los derechos de la mujer, si las elecciones son libres o si el cambio climático existe.

Esta estrategia, sin embargo, no es nueva: es la que diferentes grupos religiosos, nacionalistas y tradicionalistas han estado llevado a cabo en EEUU desde hace décadas y que ha servido para que derechos reproductivos, pero también los vinculados al género, se estén deteriorando de manera alarmante. El ensayo Jesús y John Wayne de Kristin Kobes de Mez, recientemente editado por Capitán Swing, da buena cuenta de ello y de sus efectos en la sociedad americana, cada vez más fracturada alrededor de las mal llamadas guerras culturales, cuya base es claramente material: es la propia existencia y autorrealización personal del individuo lo que está en juego. La polarización, por lo tanto, es un proceso más asentado de lo que creemos. Queda claro, sin embargo, que nuestra extrema derecha política, mediática y cultural no es demasiado original, y que solo copia y actualiza aquello que ya ha funcionado en otros lugares.

Lo preocupante, no obstante, son sus efectos sobre cualquier ideal de sociedad más justa, igualitaria y libre, que son claramente negativos. El cuestionamiento de cada avance social, cultural, político o económico mediante esta estrategia sitúa a las fuerzas progresistas y al campo democrático en una situación totalmente defensiva. Al igual que Lula en Brasil o Biden en EEUU (pero también Macron en Francia), las elecciones se juegan entre una opción que defiende el proyecto democrático y otra que niega gran parte de sus características y que en el peor de los casos es capaz de usar la violencia política para conseguir sus resultados. No puede existir política emancipadora en un contexto constantemente defensivo.

¿Qué hacer, pues, desde el campo progresista ante esta dinámica? No queda más remedio que copiarles y polarizar. Pero no polarizar sobre los temas que los sectores ultras lleven a la agenda. No sobre aquello que ellos quieran utilizar para fracturar la sociedad. Las fuerzas progresistas tienen que polarizar alrededor de proyectos ambiciosos para la mayoría. Alrededor de grandes avances que permitan construir horizontes alternativos amplios por encima de disputas identitarias. La misión de la izquierda es la de construir coaliciones amplias proderechos y prorredistrubición para salvaguardar la democracia. Solo polarizando sobre los que polarizan, las fuerzas democráticas podrán parar el deterioro y el retroceso y conseguir que la democracia siga siendo ese proceso histórico que nos conduzca paso a paso hacia una sociedad más justa.

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