Otras miradas

Soy hija de peruanos y esta es mi crisis con España

Coco Wiener

Estudiante de Bachillerato. Coautora de '(h)amor 6 trans'

Soy hija de peruanos y esta es mi crisis con España
Una residente peruana camina con banderas españolas y peruanas después de emitir su voto para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en un colegio electoral en el centro de congresos de Ifema en Madrid el 6 de junio de 2021.- AFP

No somos migrantes. Somos sus hijos, con su color de piel y sus enseñanzas, pero nacidos y criados en Europa. ¿Alguna vez os habéis preguntado qué pensamos y qué España vamos a ayudar a construir o, llegado el caso, destruir?

Estoy escribiendo esto desde un escritorio en una capital del primer mundo. Pronto tendré 18 años. Yo no pedí nacer en este territorio, pero aquí estoy, cada día, ganando un poco más de blanquitud.

A mi familia latina allí en el sur la veo una vez cada cuatro años, cuando mis queridos progenitores, las gallinas de los huevos de oro de sus hogares, se lo pueden permitir. De todos los suyos, solo ellos consiguieron llegar al Mediterráneo, donde he disfrutado un gran privilegio.

Privilegio. Veréis, yo siempre me he considerado una persona reivindicativa. No puedes ser latina y queer y no serlo. A los ocho años nada me enervaba más que los chistes de negros que oía en el cole, y a los 12 ya era una máquina del debate.

Nunca concebí la reivindicación de mi latinidad como algo negativo. Simplemente yo era uno de los eslabones más bajos de la cadena, tenía legitimidad para hablar desde la discriminación, como la hija de un par de migrantes que sufría racismo. No fue hasta visitar mi país de origen donde residen todos y cada uno de los miembros de mi familia, ya un poco más mayor, que comencé a preguntarme si esas reivindicaciones eran realmente mías.

Por primera vez noté cierto rechazo por parte de esa tierra que tanto había reivindicado en España. Mi acento era español, mis palabras eran españolas. No decía chevere, decía guay. Y lo más importante, no sabía lo que era verdaderamente vivir en Latinoamérica. Disfrutaba el privilegio de una sanidad y educación públicas y una vida muy distinta.

Del otro lado, siempre había sentido cierta marginación también. No soy española y eso se ve claramente. La técnica que adopté para escapar de calificativos como china mandarina, exótica, Pocahontas, y de las críticas diarias sobre mi vocabulario fue performar un activismo constante. Defender el lado de los oprimidos ante todo. Pero es difícil mantenerte al lado de los oprimidos cuando no sabes si verdaderamente perteneces a ese lugar. Intentas performar un activismo desde lo racializado pero te sale medio europeo. Y eres demasiado marrón para España, demasiado blanca para Perú.

Acepté que mis discursos sobre la discriminación los iba a emitir siempre desde arriba, pero aún me quedaba la duda: ¿realmente vivo en ese mismo arriba de mis compañeros blancos?

Bueno crecer primermundista siendo hija de migrantes es interesante. La migrante no soy yo, al fin y al cabo encajo. Tengo un acento madrileño que no puedo con él y hasta hace poco pensaba que podía vivir como una casi blanquita más.

Hasta que comencé a observar una especie de mainstreamización de mi cultura de origen, por no decir extracción. Mi piel marrón, que siempre me gustó más en invierno porque se volvía algo más pálida, está de moda. El acento de mi madre, que muchas veces yo corregía porque me enseñaban que "aquí no se habla así", ahora lo usa Rosalía.

Me rodeo de adolescentes españoles que usan jerga dominicana, argentina, colombiana... Me desconcierta ver cómo la salsa y la bachata se hacen virales siendo ritmos con los que he crecido en casa. Cuando suenan, ya no veo de inmediato en mi cabeza a mi madre bailando salsa borracha con mis tías en un salón rodeado de sillas desde las que mis abuelas aplauden con una mano y comen ají de gallina con la otra sino a miles de blanquitos dando pasos como patos en tik tok.

Me molestan cosas que a mis amigas españolas no. Soy más intensa en mis opiniones, bueno, soy más intensa en todo, y menos permisiva con las "bromas".

Y lo soy porque al terminar las elecciones del domingo no tenía nada de qué reírme. Vi a la ultraderecha triunfar por todo este país que no sé si llamar mío. No soy migrante pero, en parte, sí soy migrante. Y Vox nos odia. Odia a mi padre y a mi abuela. A mi familia y a las de mis amigas. Y realmente fue inevitable para mí, y estoy segura que para muchas de ellas, el pensamiento de: me mudo, me mudo, me mudo. Entonces hay una clara diferencia.

Veréis, la izquierda blanca adolescente de la que me rodeo cada vez tiene menos ganas de votar. Hay una fijación con el anarquismo y el comunismo, con lo podrido que está el sistema. Hemos llegado a la conclusión de que todos los partidos son una mierda, y van a ser corruptos e ineptos independientemente de si son de izquierda o de derecha. Para qué votar si son todos igual de malos. Yo sin embargo, creo que ser apolítico puede ser una forma de hacer política, pero que sólo lo es quien puede permitírselo. Quién no vota no lo hace porque sabe que el resultado no va a causar un verdadero impacto en su calidad de vida. Yo tengo la nacionalidad, a mi no me pueden echar, pero siempre voy a intentar que no nos gobiernen partidos que incitan el odio.

Los hijos de migrantes en Europa vivimos en una constante crisis, estando como estamos, en constante cuestionamiento de nuestra identidad, de nuestro privilegio, de nuestra marginación...  ¿Les debo a mis ancestros destruir esta tierra, construida sobre oro robado y sangre de esclavos? ¿Debería educar a mis compañeros colonizadores sobre la lucha migrante? ¿Me he apropiado de esta lucha?

Somos cada vez más. A diferencia de muchas de nuestras madres y padres podemos decidir qué hacer con este país. Pronto cumpliré 18 años y votaré por todos ellos.

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