Otras miradas

Rosalía, Rauw Alejandro y el mito del amor romántico

Isabel Serrano Durán

Politóloga y Socióloga

Los cantantes Rosalía y Rauw Alejandro, posan en el photocall de los 40 Music Awards 2021 en el Velèdrom de Palma, a 12 de noviembre de 2021, en Palma de Mallorca, Mallorca, Baleares (España)
Los cantantes Rosalía y Rauw Alejandro, posan en el photocall de los 40 Music Awards 2021- Isaac Buj / Europa Press

Es normal que nos guste ver parejas felices. Gente guapa, exitosa, con vidas lujosas llenas de experiencias que están al alcance de muy pocos. Es ocupar el vacío que hay, en muchas ocasiones, con nuestras vidas precarias, con relaciones monótonas y malas experiencias en el amor. Nosotras no somos Rosalía, ni Laura Escanes, ni la famosa de turno que exponga su relación idílica. No. No lo somos, ¿pero por qué no podríamos llegar a serlo? El seguir el transcurso de estas relaciones nos genera una especie de placer culpable creado por un coctel de envidia, invasión de la intimidad, deseo e imaginación de ocupar el papel de la otra persona.

No hay nada malo en desear vidas más "atractivas". El problema es cuando no somos consciente de que la realidad siempre es diferente a lo que se muestra. Si bien sabemos diferenciar la realidad frente a una comedia romántica norteamericana, cuando la historia de amor se narra a través de las redes sociales esa frontera entre realidad y ficción es más compleja vislumbrarla.

Toda esta idealización del amor en redes sociales hay que entenderlo bajo el paraguas del "mito del amor romántico" donde nos socializamos y aprendemos a refugiarnos de la penosa "normalidad". Y es que da igual si el príncipe azul se ha transformado en un cantante de reguetón y la frágil princesa en una mujer empoderada que factura millones de euros con su trabajo. La idea original permanece.

El cuento de la existencia de una "media naranja" sigue vigente. Seguimos creyendo que hay personas hechas a la horma de nuestro zapato y que el destino, antes o después nos juntará. Y sí, es cierto que hay personas que encajan mejor en momentos concretos de nuestras vidas, con las que hay complicidad y compenetración y donde te sientes en un lugar seguro. Pero que sea más fácil con ella, no significa que todo sea a pedir de boca. No existen las personas perfectamente compatibles por el simple hecho de que no existen dos personas iguales y, sinceramente, creo que, si existieran, tampoco lo serían.


La vida va evolucionando y cambiando. No somos las mismas personas que hace dos años. Nuestros gustos, aficiones, trabajos, proyectos de vida y sentimientos van modificándose con el tiempo. Y es normal. Y es positivo. Puede ser que las transformaciones de tu pareja se amolden a las tuyas, que os adaptéis al uno al otro y que sigáis siendo los mismos, pero diferentes. Sin embargo, hay veces que no ocurre. Y aquí entra en juego otro cuento que habla del fracaso del amor cuando termina.

Hay veces que acabar una relación es una victoria. Aguantar el peso de una relación que no avanza, donde las discusiones duran cada vez más o en la que las vidas se han construido de forma opuestas puede ser muy duro y, cuando esto ocurre, lo única tangente entre ambos puede ser la ruptura. No es un fracaso, es una liberación. Y puede que siga habiendo amor, pero la vida cambia y, por mucho que nos quieran convencer los mitos de amor romántico, el amor no todo lo puede. El amor no es siempre suficiente para ser felices. Y, sinceramente, creo que no hay gesto más declarativo de amor, que querer que alguien continúe su vida y construya su felicidad lejos de ti, cuando ya no lo está consiguiendo a tu lado.

Las relaciones son una montaña rusa de subidas y bajadas, donde la fase de enamoramiento se transforma en la construcción de una intimidad, de un lenguaje y ser juntos. Cada experiencia es única e imposible de encajar dentro de unos parámetros concretos y establecidos de amor romántico, monógamo y que termina en un "fueron felices y comieron perdices". Hay amores que continúan y no son felices, que son felices aunque concluyan, que comen perdices o que, simplemente, son veganos. Hay mil tipos de relaciones y ninguna es perfecta, ni es un fracaso si acaba, ni es suficiente para sentirte "completa".

Pero, nada de estas imperfecciones naturales de las relaciones se ven a través de las redes sociales haciendo que sea más sencillo construir idealizaciones. No se ve la vulgaridad de lo cotidiano, los roces del día a día. Lo que se muestra es una pequeña parte del todo. Es la esquina bonita de tu casa que te apetece enseñar.

Rosalía y Rauw no son ejemplo de nada, ni son a lo que nadie debe aspirar. Porque son personajes creados por aquello que nos quieren mostrar. Seguramente su relación no solo han sido vídeos románticos corriendo por playas paradisiacas, anillos de diamantes, viajes de ensueño y lujo. Pero, cuando te debes a tu público, cuando una parte de tu trabajo consiste en dejar entrar a través de un móvil en un fragmento de tu privacidad y cuando esa intimidad se transforma en canciones con tu pareja vendidas a través de una estrategia de marketing que utiliza tu vida sentimental como gancho, puede que estés pasando por un día de mierda, que estés en una crisis existencial o que hoy no te apetezca ni verlo, pero "show must go on". El móvil se enciende, la cámara graba y finges ser la pareja más feliz del mundo, con la mejor vida jamás vivida y la persona que todo el mundo quiere ser.

Y, es que, al fin y al cabo, lo que se muestra en redes no es más que una ficción, una comedia romántica en la que los espectadores también podemos interaccionar y creernos parte de ello, seguirlo al día a día y enterarnos de las actualizaciones. Creemos ser parte de un panóptico, pero solo somos meros espectadores que acuden a ver una obra de teatro que, por muy real que sea, tampoco es suficiente. Porque nunca lo es.

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