Otras miradas

"Y ahora, ¿saludamos a una mujer…como toda la vida?"

Ana Bernal Triviño

Periodista

Foto del pasado mes de junio del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, durante la presentación de las jugadoras seleccionadas para acudir al Mundial de Fútbol femenino de Australia y Nueva Zelanda. E.P/Oscar J. Barroso/Afp7
Foto del pasado mes de junio del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales, durante la presentación de las jugadoras seleccionadas para acudir al Mundial de Fútbol femenino de Australia y Nueva Zelanda. E.P/Oscar J. Barroso/Afp7

Tras el caso Rubiales, cada día es más habitual escuchar en televisión, radios o redes quejas sobre cómo comportarse con las mujeres, el "ya no sé si dar dos besos" , como si fuera el problemón del siglo. Y no solo en las redes o medios, en más de una conversación en la frutería o en la charcutería se comenta todo esto como una broma. Para quienes han vivido esa experiencia sin querer, no lo es. Y no lo es porque ese "chiste" esconde también la burla y la exageración.

La educación o las normas básicas de protocolo creo que todo el mundo las sabe. Creo que no hace falta explicar que hay una gran diferencia entre que un superior te plante un beso en la boca inesperado a que estés en un encuentro formal, y das dos besos en el rostro si procede, y según la relación de confianza con esa persona. Las burlas, en el fondo, tienen el efecto de ridiculizar lo que hoy se considera una agresión. Y parece que lo que molesta es que esto se conceptualice así. 

No sé en qué momento estamos perdiendo el sentido común en todo esto. Y todo el problema es por tratar a las mujeres de "lo otro". La "otredad" que decía Simone de Beauvoir. Porque nos han visto siempre como el objeto que solo tiene sentido a través del hombre. Somos "el otro" frente al varón que representa el "yo" absoluto. Si cuando se ve a una mujer se viera a otra persona, nadie plantearía cuestiones de qué hacer si te la encuentras en un ascensor, si ves que necesita ayuda para subir una maleta o cómo saludarla. Porque entonces asumes que cuando es una mujer tu comportamiento es diferente a cuando es un hombre.


Toda esa angustia de ahora se resuelve de una forma sencilla. ¿Una persona necesita subir la maleta? Se le ayuda, y da igual si es hombre o mujer. ¿Una persona va a entrar en el ascensor? Por cortesía, independientemente del sexo, se le deja pasar. Y así, con todo. La respuesta para tanta duda es básica: trata a una mujer como tratarías a cualquier persona, con respeto y educación. Y si estás educado en eso que llamaban "galantería" del hombre, de verdad, no es necesario, no eres menos hombre ni menos educado si no nos abres la puerta del coche. 

En España hay más de 1200 asesinadas y casi 500 denuncias al día por violencia de género. Hay una violación denunciada cada tres horas. Hay infinidad de situaciones de malos tratos que no salen a la luz. Entonces, si un hombre me saluda qué hago, ¿le doy la mano, lo beso o quizás me viole? Si un hombre me gusta, ¿me enamoro o me terminará matando? ¿Si un hombre está esperando en el ascensor... no me subo con él por si me agrede? 

Supongo que si hiciéramos estas preguntas en voz alta, en una televisión, se llevarían las manos a la cabeza más de uno y de una. Nos dirían de todo. Pues quédense con esta función espejo, porque nosotras hemos crecido sabiendo esas cifras y sabiendo que ese riesgo estaba ahí. Crecimos viendo lo que ocurrió a las niñas de Alcàsser, a Rocío Wanninkhof, a nuestras amigas con golpes en los brazos, a nuestras compañeras o hermanas o vecinas gritando o bajando la mirada mientras eran maltratadas por esos que les hacían daño... los conocíamos. 


Crecimos con todo ello y, sin embargo, no nos hemos aislado. Hemos seguido sabiendo que esto es un tema de educación. Hemos seguido confiando en nuestros jefes, en nuestros amigos, en nuestros compañeros de trabajo, en nuestras parejas. A veces con más acierto, otras con menos, algunos para olvidar y otros para recordar siempre. Pero el feminismo nunca jamás ha planteado la duda de dejar de hablar con los hombres, de trabajar con los hombres, de enamorarse de hombres para no correr riesgos. Porque sabemos que la sociedad se construye entre mujeres y hombres que creen en el cambio y en la igualdad. Nunca hemos sido tan ridículas como para llegar a eso.

Quizás, esos hombres tan angustiados podrían haber hecho preguntas más necesarias, sobre cómo reaccionar cuando el agresor es tu amigo, sobre cómo reaccionar cuando la agredida es de tu entorno, sobre cómo evitar que más mujeres sean agredidas sin que, a la mínima, sus casos se tomen a bromas ni entre risas.

Quienes se creen graciosos bromeando sobre esto recuerden aquella escena de Martes y Trece de la maltratada. Ahora, ya no lo vemos con los mismos ojos. Quienes hoy bromean con lo del beso, que sepan que veremos sus reflexiones como arcaicas y desfasadas porque hemos evolucionado. 

Lo que da miedo pensar es que aún no se sepa distinguir entre lo que es consentir y no consentir. Entre lo que puede ser un consentimiento viciado o no. Entre lo que es agresión y un simple saludo de cortesía o con afecto. Porque entonces tenemos un problema de educación más grave. Lo que está pasando es que se acabó lo que se normalizaba. Lo que está pasando es que ya no hacéis gracia. Lo que está pasando es que el machismo ya no nos vende más la moto ni nos va a crear más culpa ni dudas sobre nosotras mismas. Ahora, que piense el resto.

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