Otras miradas

¿Quién manda aquí? El cristo entre Mercedes Sanz-Bachiller y Pilar Primo de Rivera

Andrea Momoitio

Periodista

Vista de las sedes de la Obra Nacional Corporativa y Policlínica de Auxilio Social- Fundación Kutxa
Vista de las sedes de la Obra Nacional Corporativa y Policlínica de Auxilio Social- Fundación Kutxa

El 11 de octubre de 1937, un decretó aprobó la creación del "Servicio Social", algo así como una mili para mujeres. ¿Para qué? Para obligar a las españolas a comprometerse con la patria. Así, todas las mujeres entre 17 y 35 años, debían ofrecer sus "aptitudes femeninas en alivio de los dolores producidos" en lucha y "de las angustias sociales de la postguerra". No se preveía ninguna medida punitiva para las mujeres que no lo hicieran, pero era obligatorio para todas las que pretendieran "el ejercicio en funciones públicas, desempeño de plazas en la Administración o la obtención de títulos profesionales". Las mujeres que se unían al servicio social tenían distintas responsabilidades. Entre ellas, la atención de los comedores del Auxilio Social. 

El Auxilio Social se concibió como una reproducción del Winterhilfe, la organización de ayuda invernal del nazismo. Su versión española fue promulgada en 1936 por Mercedes Sanz-Bachiller, la delegada provincial de la Sección Femenina en Valladolid. Al parecer, no daban abasto para alimentar a tantas personas necesitadas y Sanz-Bachiller propuso a Franco la creación del Servicio Social femenino para encontrar más "voluntarias". Ante el éxito de la iniciativa, Mercedes Sanz-Bachiller propuso la creación de una delegación nacional para el Auxilio Social, al mismo nivel que la Sección Femenina. Aquello no le gustó nada a Pilar Primo de Rivera, delegada nacional de la Sección Femenina. Además, según asegura María Teresa Gallego Méndez en Mujer, falange y franquismo se hizo a espaldas de la Sección Femenina. 

De fondo, más allá de una disputa de poder, había otras importantes cuestiones: la relación del franquismo con otros regímenes totalitarios y distintas ideas sobre qué papel debían jugar las mujeres en la vida pública. 

José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, movimiento al que pertenecía la Sección Femenina, se había mostrado más cercano al fascismo italiano que al nazismo alemán. Pilar Primo de Rivera, su hermana, fue una de las principales voceras de su discurso y, también en este caso, adoptó la doctrina de su hermano. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que no se mostrasen afines a Hitler. De hecho,  en 1938, Pilar Primo de Rivera se entrevistó con él y, en 1941, intervino en el Congreso Internacional de Mujeres que se celebró en Berlín. En Recuerdos de una vida, ella misma cuenta cómo fue el encuentro: "En uno de estos viajes fui encargada por el Caudillo de entregar a Hitler, en su nombre, una espada de Toledo". Cuenta también que, tras su viaje, enviaron un informe "muy favorable": "Yo creo que debió ser debido a la contestación que di a dos ultras alemanes que querían enzarzar la Falange contra Franco, porque creían que me halagaban y me preguntaron si aquella espada era enviada por Franco o por la Falange y yo les contesté que Franco era entonces el jefe de la Falange". Ella, a pesar del malestar inicial, no cuestionó el Decreto de Unificación que, en 1937, consolidó un partido único con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS). 

Varias delegaciones de Sección Femenina visitaron Alemania por distintos motivos, pero Mercedes Sanz Bachiller recibió gran parte de su formación allí.  Por eso, el Auxilio Social se concibió como una reproducción del Winterhilfe. Ella, sin embargo, no entendía la organización como trabajo femenino carácter benéfico, sino como una gran organización capaz de encargarse de los problemas sociales en términos más generales. Según su opinión, no conocía "en los movimientos totalitarios a nadie" que se atreviera "a mantener que las actividades político-sociales del Movimiento deban ser realizadas por las mujeres. A esto no han llegado los grupos feministas de Inglaterra y Francia". "No podríamos aceptar que todo esto se desnaturalizase para caer en un capricho feminista", sentencia. Creía que, a pesar de ser ella la jefa del Auxilio Social, era mucho mejor que lo dirigiese un hombre e ironizaba diciendo que sería "absurdo" que si "una mujer llegase por sus propios méritos a ser Ministro de Trabajo, pudiese decir la Sección Femenina que el Ministerio del Trabajo le correspondía". 

Pero Pilar Primo de Rivera quería a toda costa controlar el Auxilio Social porque a ella se le había encomendado la educación de las mujeres y, por tanto, entendía que era su organización la que debía encargarse de la formación y el trabajo que realizaban también a través del Auxilio Social. La tesis Mercedes Sanz Bachiller, una aproximación a su biografía política, de María Jesús Pérez Espí, cuenta que "la batalla por el control del Servicio Social se desarrolló durante dos años, y concluyó con su traspaso, a finales de 1939, a la Sección Femenina. Fue una verdadera batalla política en cuya resolución tuvo mucho que ver una cuestión de política interna del régimen, para el que en esos momentos el apoyo de los «legitimistas» -grupo más cercano a José Antonio Primo de Rivera- era fundamental. Fue, por lo tanto, una lucha política en la que jugaron un papel importante una serie de antecedentes políticos, pero en la que poco o nada tuvieron que ver, como se ha apuntado, las concepciones que sobre la mujer tenían Mercedes Sanz-Bachiller y Pilar Primo de Rivera, porque, en realidad, "no eran tan distintas". 

Ambas creían que las mujeres podían participar de la vida pública siempre y cuando no dejaran de lado sus obligaciones y, además, coincidían en su ideal de mujer: sometida, inferior, sumisa al marido y abocada a la maternidad. Hubo, eso sí, diferencias en la práctica. Mercedes Sanz-Bachiller se casó y tuvo tres hijos. Pilar Primo de Rivera fue celosa de su vida privada y no se le conoce ninguna pareja. Eso sí, cuentan que estuvieron a punto de casarse con Hitler. Ella declaró no saber nada: "No hubiera consentido en ello. Entre otras cosas porque nunca me sentí depositaria tan importante misión y, además, porque mi vida privada era solo mía". Al parecer, Ernesto Giménez Caballero, escritor y embajador español, pensó que era una buena idea ante "la urgente necesidad de reanudar la estirpe hispano-austriaca que traería consigo el armisticio para Europa". Manda narices. 

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