Carta con respuesta

El abrigo de los demás

Es patético el intento de las peleterías para seguir vendiéndonos unos abrigos de pieles manchados con la sangre de millones de animales. La piel de estos animales ya no está de moda, ni lo volverá a estar nunca por mucho que se empeñen los que se lucran con el maltrato, el dolor y sufrimiento de estos animales. No sé si se trata de ignorancia, de pasotismo o de pura maldad, pero hoy no hay excusa para ponerse un abrigo de piel. Hay muchas alternativas para abrigar el cuerpo e ir a la moda sin tener que torturar a estos animales inocentes víctimas de una moda ignorante y cruel.

MARÍA PILAR GARCÍA MAZA, Madrid

Pues no sé qué decirle, señora. A mí no me gustan los abrigos de pieles, pero tengo unas botas de cuero y una cartera de piel. ¿Cuál es la diferencia? ¿Esos otros animales no sufren? También como filetes, por ejemplo, y hasta chuletas de cordero. Hay personas que se compran un abrigo de visón y miran para otro lado, sin duda porque prefieren no saber cómo se ha fabricado el abrigo. Vale, pero esa actitud es el fundamento mismo de nuestro sistema económico. ¿Pregunta usted en qué condiciones trabajan los que fabrican unas zapatillas deportivas? ¿Quiere saber cuánto sufrimiento humano cuesta la ropa barata que compra? ¿De dónde sale este ordenador? ¿Hay personas que no ganan ni dos dólares al día ensamblando mi portátil en algún país pobre? No llevamos abrigos de piel, vale: formidable. ¿Y todo lo demás qué? ¿Nos importa más el sufrimiento de un visón que el de un puñado de seres humanos que fabrican chándales? Con eso quizá consigamos tranquilizar nuestra conciencia y sentirnos mejores, pero poco más.

Una de las estrategias del sistema es la invisibilidad, la visión fragmentada, la separación de las causas y las consecuencias. Vemos el pescado congelado a muy buen precio, pero nadie nos enseña cómo vive el pescador. Cobramos el sueldo todos los meses, pero lo normal es que no sepamos ni siquiera para quién trabajamos: puede que sea un remoto inversor en Dinamarca o un traficante de armas. Con la globalización, cualquiera sabe. Nuestros actos se separan de sus consecuencias. Los resultados se vuelven independientes de las causas. Así es como vivimos: no queremos saber. Lo más subversivo que hay es mirar con atención.

Quizá me diga usted: por algún lado hay que empezar. De acuerdo: empecemos por nosotros mismos entonces. No se preocupe tanto por los abrigos de los demás. A lo mejor hay víctimas inocentes (¿cuál es la otra posibilidad: víctimas culpables?) mucho más cerca, en relación directa con lo que nosotros (que no llevamos visones) sí hacemos. ¿No hay algo fariseo en denunciar la maldad ajena? ¿No es una forma cómoda de sacar brillo a la propia bondad?

RAFAEL REIG

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