Pato confinado

¡'Pantomatista' y 'aceitista', siempre!

Pan y tomate.
Pan y tomate. Imagen: Azerbaijan_stockers / Freepik

Una tortilla puede ser un artefacto político. El pan con tomate, también. Según el CIS, en un cacareado estudio que publicó la semana pasada, los votantes de VOX y de Sumar tienden a preferir la tortilla de patatas sin cebolla, mientras que los del PP y el PSOE la prefieren con. Corresponde a los politólogos y sociólogos descifrar semejante cábala. Si con cebolla es bipartidista (tiene sentido) y sin cebolla otro régimen.

En la suma de todos, gana en la encuesta por goleada la que lleva la cebolla (un rotundo 70%). Quien aquí escribe también lo entiende así: el punto dulce y acaramelado de la hortaliza, pochada y un pelín tostada, multiplica la esencia del plato. De todos modos, bien preparadas, ambas están buenísimas.

Aunque a gustos, colores, el CIS así zanga un debate eterno en las redes sociales, pero al preguntar por la inclinación al voto (las manías son las manías) también convierte a la humilde tortilla en eje político. Qué no le ocurrirá entonces al tan catalanista pa amb tomàquet en estos tiempos de falla territorial.

La relación entre plato típico y política es extraña, pero de todos modos global (que se lo pregunten a los italianos y su guerra eterna contra cualquiera que se atreva a pisotear el Rubicón de los carbonara). Ahí está el enfrentamiento entre veganos y carnívoros, que suelen postularse a izquierda y derecha. No deja de ser una relación entre plato e identidad, entre ética y costumbre. Comer nos identifica.

Cualquiera que se dedique a la gastronomía y haya tocado la paella sabrá de lo que aquí hablamos. Es relativamente sencillo recibir en X – antes Twitter- amenazas de muerte – "Arroz bomba el que explotará en tu coche hijo de..."- por parte de algún presunto valenciano o español ofendido por injuriar, según su ortodoxa visión, el plato nacional. Sí, amenazas, y en mayúsculas, por un arroz...

Hay guiris que habrán llorado por mostrar ufanos sus cambalaches culinarios (paellas con salchicha de Frankfurt y otros anatemas hechos en Estados Unidos, por ejemplo, publicadas en las redes con alegría inocente – "Look Mom what I do"-, convertidas de pronto en hogueras de odio desde un país que no sabían ni que existía o que situaban al lado de México).

Eso de que la paella es nuestro plato nacional también lo dice el CIS. En esto coincidimos más que en un pacto de Estado (un 71,8%). Y habría que preguntarse entonces, si uno es valenciano, o levantino, si no hay aquí algo de eso que llaman hoy los más wokes como apropiación cultural.

La tortilla de patatas – con cebolla, sorry- sería de todos modos la segunda opción elegida por los españoles (59,4%) y perfectamente enclavada como panhispánica.

Le siguen el jamón ibérico, el gazpacho andaluz, el cocido madrileño, y por ahí también se cuela el marisco, el pulpo, la fabada, corderos y cochinillos asados, el besugo y las croquetas.

Por comunidades, en Aragón alucinan con las migas (droga dura); en Castilla y León, con el cordero asado; en Canarias, las papas arrugadas con mojo picón; y en Galicia, el pulpo a feria. En Catalunya, claro está, con el pan con tomate (pa amb tomàquet).

Polémico y delicioso pan con tomate

Hace poco un tuitero lanzó la polémica tonta al uso diciendo que el pa amb tomàquet era "una puta broma", con lo que quería decir, suponemos, pues es ambigua la expresión, que no llegaba a la categoría de plato. Esto me hizo pensar. Acaso allí esté el misterio de esta "puta broma" que compartimos.

Ahora que están de moda los pinganillos en el Congreso, ahora que se puede hablar en catalán en Madrid, tal vez ya va siendo hora de que el pan con tomate cruce a otros reinos, más allá del Levante, o de la discusión de si es un invento catalán, murciano, o italiano. Panhispanicémoslo, entonces, porque allí hay otra falla, más profunda que la de la tortilla sin cebolla. Iberia se divide entre los que untan el bocadillo con tomate y quienes no. Dos mundos y una guerra terrible..

Quien aquí escribe ha estado muchas veces a punto de ser expulsado, o quemado en la plaza, por su familia política castellana – segoviana a más señas- por untar tomate en un pan en el que acto seguido se iba a introducir el sagrado jamón ibérico (tercera opción de los españoles, recuerden, como plato nacional). Mi bocadillo es una locura confederal, una amnistía epicúrea.

Veo en sus caras la misma expresión del judío al ver que el cristiano pone cerdo en el caldo, la misma cara del musulmán frente al vino, los ojitos del estadounidense frente al conejito – Oh, Bugs, nooo! - con caracoles...

El tomate untado en el bocadillo en algunas partes de España es tabú. Hay que decirlo claro. Intentar convencerlos de que todo bocadillo, lleve lo que lleve en su interior, ingrediente sagrado o no -excepto la Nocilla, evidentemente- mejora hasta la galaxia más lejana solo con untar el tomate, es vano y hasta diría que peligroso.

Muchos ni siquiera quieren probarlo para que, en su sincero y racional juicio, puedan decidir si hay razón o no en esto que afirmo. No vayan a darse cuenta de que en realidad son de la acera gastronómica de enfrente. Aquí el CIS, ya que juega a la mesa política, debería indagar un poco más.

Al pobre chef Paco Roncero se le rió el Internet entero cuando publicó su vídeo del 'bocadillo perfecto'. En él untaba el tomate, ponía unas lonchas de papada – abundante, pero sin pasarse, decía- y lo regaba generosamente (muy generosamente) con aceite de oliva.

Los memes se multiplicaron al cubo:

- "Uno de los mejores bocadillos que he bebido, gracias Paco"

- "Gracias Paco por la idea! Ahora puedo desayunar y engrasar la cadena de la moto al mismo tiempo!!"

El humor se desató con ese bocadillo que "solo viéndolo subía el colesterol", según las chanzas (el cuantocabronismo seguro que es también plato nacional). Pero en realidad Roncero – aquí rompo una lanza untada en tomate por él- tenía razón.

Estaba haciendo un bocadillo perfecto.

Pantomatista y aceitista, siempre.

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