Todo es posible

Clientes y prostitutas

Me quedé boquiabierta cuando mi amigo, joven y felizmente emparejado, me confesó que visitaba prostíbulos con relativa frecuencia. El comentario surgió porque la ministra de Interior del Reino Unido quiere perseguir a los clientes de las prostitutas. Mi amigo puso el grito en el cielo. Más que un error, considera una hipocresía, una aberración, un despropósito, penalizar a los hombres por hacer uso de dichos servicios. Insiste, además, en que el represivo modelo sueco, pionero en la persecución de los clientes, ha sido un fracaso. Tampoco la permisividad de Holanda o Alemania, donde se autorizan locales específicos para ejercer la prostitución, ha conseguido que se reduzca el número de víctimas explotadas por las mafias.

No tengo más que palabras de odio hacia los chulos que las explotan a cambio de una engañosa protección. Así, en abstracto, aunque se me echen encima algunos colectivos radicales, siempre pensamos que ellas venden su cuerpo por necesidad. Para una mujer no es fácil entender que un hombre normal pague por mantener relaciones sexuales. Sé que el concepto de normalidad, en este como en otros tantos aspectos, es muy subjetivo. No obstante, insisto, para nosotras es más fácil comprender a las prostitutas que a esos clientes que merodean por las barrase alterne.

Me imagino a todos feos, barrigudos, reprimidos, sudorosos... Me duele saber que no es verdad, que cada vez hay más jóvenes bien trajeados, plenos de aparente normalidad, que pagan por un desahogo sexual. Le recuerdo a mi amigo que la mayoría de las prostitutas padecen abusos físicos por parte de sus clientes y también de sus proxenetas. Casi todas han sufrido abortos, violencia y enfermedades tan pavorosas como el sida o tan miserables como el dolor de pelvis crónico. Me dice que exagero. Le insulto.

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