Todo es posible

A puerta cerrada

Parece tan fácil y, sin embargo, resulta imposible conocer el verdadero patrimonio de los parlamentarios y los altos cargos. Lleno de buenas y olvidadizas intenciones, el Gobierno aprobó la Ley de Conflicto de Intereses en abril de 2006, pero se ha inventado mil artimañas para aplazar su desarrollo, lo cual impide que el patrimonio de los ministros se publique en el BOE. Otro tanto sucede con los parlamentarios. Se conocen sus sueldos, pero existe cierta confusión respecto a las actividades que ejercen al margen de la Cámara. Me sorprende la noticia de que sólo 33 parlamentarios tengan dedicación exclusiva. El resto se dedica a dar conferencias, ejercer de abogados, formar parte de fundaciones, asesorías, Consejos de Administración y otras muchas actividades paralelas.

La transparencia no garantiza la honestidad política, pero es un buen obstáculo para los corruptos. No sólo se debe fiscalizar el tiempo que están alejados de su escaño para dedicarse a sus labores extraparlamentarias, sino la procedencia de sus honorarios. Ya sé que deben pedir autorización para ejercer cualquier otro trabajo y, además, están obligados a declarar hasta el último euro que perciben, lo cual no impide que aparezcan casos frecuentes de trapicheos que empañan su respetabilidad. Mientras las deliberaciones de la Comisión del Estatuto del Diputado sigan siendo tan secretas como las del Consejo de Ministros, la autorización para ejercer otras actividades se convierte en una cuestión de confianzas mutuas o intercambio de favores. A puerta cerrada y sin dar explicaciones, ellos se lo guisan y ellos se lo comen.

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