Todo es posible

Todo es posible

Vivimos en un país privilegiado donde todos los días se vulneran derechos amparados por la Constitución, tales como el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen, a la presunción de inocencia, al secreto de las comunicaciones, a una vivienda digna y adecuada, al trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia (art. 34). Quizá sea un consuelo saber que, en este 61 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no existe lugar en el mundo donde se haya erradicado definitivamente la discriminación por motivos sexuales, ideológicos, religiosos, raciales o de cualquier otra índole. Ni siquiera los paraísos nórdicos, según cuentan los exitosos autores de novelas policíacas, están libres de culpa en cuestión de derechos humanos. Está claro, sin embargo, que no es lo mismo vivir en España que en Marruecos, por citar otro país monárquico de triste actualidad en estos días.

Aunque el relativo bienestar económico del que disfrutamos no garantice la igualdad ante la ley o la disminución de la pobreza, al menos podemos defendernos de las injusticias. Un derecho elemental del que han sido privados, no sólo Aminatou Haidar, sino todo su pueblo, representado también por los siete activistas saharauis que, acusados de traición, pueden ser condenados a muerte por un tribunal militar marroquí. El escritor uruguayo Eduardo Galeano ha iniciado una campaña para tratar de impedirlo. Quiere recoger firmas en defensa de los saharauis para enviárselas al secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. Que no decaiga el ánimo. El agua, a veces, logra desgastar las piedras.

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