Traducción inversa

Venecia se hunde

Venecia se hunde, eso es un hecho. He estado allí tres o cuatro veces, me he plantado en medio de la plaza de San Marcos, pero he esperado inútilmente que las aguas comenzaran a subir y apareciera Jesucristo tan majestuoso como un actor de Hollywood, con su séquito contemplándolo desde la orilla. Las aguas, claro, tienen su propio ritmo. Pero Venecia se hunde (es un hecho) porque la ciudad está edificada sobre la laguna y ese cimiento es demasiado movedizo.

  Recuerdo, hace veinte años, la primera vez que me dejé caer por allí. Estábamos en el Lido y alguien observó que en ese lugar se había rodado Muerte en Venecia, la película de Visconti basada en el relato de Thomas Mann. En la playa, entonces, no había ningún adolescente puro que se pareciera a Tadzio pero algún vejestorio pulcro –un poco ajado- podría haber representado dignamente el espíritu de Gustav von Aschenbach.

  Desde Punta Sabione, el vaporetto te transporta lentamente hasta llegar a la ciudad. Venecia se aparece, entonces, como una emergencia súbita y prodigiosa de entre las aguas infectadas. Ese pequeño viaje es inolvidable, puesto que el milagro de la ciudad construida sobre el agua te transporta a una parte de ti que también es lacustre, provisional, frágil y un poco mágica. Quizá entonces has comprendido ya que ir a Venecia equivale a sumergirte en un universo interior donde hace falta ahogarse para acceder a la verdadera vida. Esto podría ser un fenómeno religioso pero sólo es la consecuencia del viaje. Entonces contemplas Venecia, las góndolas aparcadas junto al Palacio Ducal y piensas: Bien, esto se hunde. Y eso es un hecho.

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