Traducción inversa

Comentario a los comentarios

  Escribir una columna hoy en día supone, automáticamente, tener un blog. Es así en Público, y supongo que también en la mayoría de los medios. Tener un blog implica, por los imperativos de la tecnología, someterse a la curiosa práctica de los "comentarios". Todo el mundo, según esto, tiene el derecho de explayarse más o menos extensamente sobre cualquier cosa que uno escriba. El anonimato de los comentaristas, por otro lado, facilita su relajada naturalidad y da lugar a circunstancias muy peculiares. Existe, por ejemplo, el comentarista a la contra: cualquier cosa que uno diga es susceptible de ser criticada o vilipendiada por este personaje. El insulto, en este trámite, es sólo un excipiente que se disuelve en su tenacidad, y tengan por seguro que será utilizado sin problemas.

  Tenemos también, en el otro extremo, al comentarista agradecido. Este tampoco necesita identificarse, pero su pasión por alabar tus opiniones y darte ánimos para seguir desarrollándolas es sin duda encomiable. Luego estaría el comentarista informativo. Este tipo escribe para completar tu propio artículo y explicar pasajes oscuros o errores claros. Suele manejarse con soltura con el argumento de autoridad porque su profesión o sus estudios así se lo permiten.

  Todos estos personajes van tapizando los estratos de cada artículo formando curiosos bucles. En un estadio superior del fenómeno, interactúan entre sí y, olvidando el motivo de su participación en el blog, se enzarzan en debates inacabables a su propia bola. En este punto, el columnista se reclina y descansa. Contempla su obra, feliz –e inevitablemente perplejo.

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