Traducción inversa

Slow cities

  Probablemente ustedes han oído hablar del "movimiento slow". Es una filosofía que aboga por un cambio en la vida moderna, dominada de manera excesiva por las prisas, las falsas urgencias y el culto a una velocidad exasperada. La cosa se puso en marcha en Italia en los años 80. No deja de resultar paradójico que fuera la patria de Marinetti la encargada de reclamar la vuelta a las propiedades de la lentitud. Al fin y al cabo, el creador del futurismo –y precursor del fascio- pasó a la historia con una frase inmortal: "Es más bello un coche de carreras que toda la historia del arte occidental".

  La fascinación de Marinetti por la velocidad y la técnica ha quedado convertida en un simpático residuo arqueológico. La lentitud, asociada a valores negativos (torpeza, lasitud, gandulería), se descubre como un arma formidable cuando se trata de asegurarnos elementos tan esenciales como una comida con ingredientes naturales, una amable tertulia de sobremesa (con un buen habano entre dientes, si es posible) o quince minutos de siesta. La lentitud, de pronto, se convierte ni más ni menos que en un seguro de vida.

  Son varias las ciudades que se han acogido en España al estatus de slow city, gracias a su calidad de vida, su respeto a la cultura autóctona o su cuidada gastronomía. A Pals, Palafrugell o Lekeitio se quiere sumar, ahora, Benicàssim, en pleno litoral castellonense. Si Benidorm es el paradigma del turismo de sol, sangría y playa, Benicàssim podría serlo de una mirada interior. Los hijos de Càssim (revisemos las etimologías) darían así a los de Dorm  una lección de imprescindible parsimonia.

Más Noticias