Traducción inversa

El lío de Afganistán

De pronto, hemos dejado de fijarnos en Iraq porque Obama ha anunciado que enviará más soldados a Afganistán, y porque no está nada clara la salida de este último conflicto. El asunto es feo porque de un tipo al que le dan el Nobel de la paz no se espera que se ensucie las manos en guerras y guerrillas. Muy bien, pero ¿y cómo solucionamos el problema talibán? A nadie le gustan las guerras. Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre lo que está pasando en Iraq y lo que está pasando en Afganistán: a Sadam Husein lo derrocaron con mentiras y su posteridad es un charco de sangre del que todavía no se conoce el fondo. Hay un sátrapa menos en el mundo, pero una masacre en marcha y sin final aparente. Afganistán, nos guste o no, es otro tema. Para empezar, los talibanes son terroristas auténticos y los efectos de sus acciones son bien conocidos. Estados Unidos y el mundo podrían haber hecho mutis por el foro, pero, caso de abstenerse, su pasividad se asemejaría a esos policías que no entran nunca –ni por asomo- en un barrio conflictivo. El asunto se pone feo cuando Kabul va adquiriendo, conforme pasa el tiempo, un incómodo perfil a lo Saigón. "Malditas sean las guerras y los que las promueven". Gran frase. Pero, vuelvo a preguntar, ¿qué hacemos con la amenaza talibán? No me gustaría estar en la piel de Obama. Dicen que es el hombre más poderoso del mundo, pero cuando se va a dormir por la noche, el peso de su cetro debe de resultarle insoportable. Lo más fácil, presumo, sería abandonar a su suerte a Karzai y toda su corte de aduladores. ¿Y con eso solventaríamos el problema?

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