Traducción inversa

Otra vez el Titanic

He entrado en www.expeditiontitanic.com porque leí que se podría seguir en esa web en tiempo real la expedición que la Woods Hole Oceanographic Institution  y otras entidades han organizado para este mes de agosto a las profundidades donde se encuentran los restos del Titanic. En la página, sin embargo, sólo hay una cuenta atrás, así que habrá que esperar unos días. Parece que la expedición partirá el día 18, dispuesta a  emular, corregir y aumentar la ya célebre inmersión que, en 1985, nos permitió localizar el pecio más famoso de la historia de la navegación moderna. Quizá entonces se revelen por fin los misterios de un armatoste que nos obsesiona desde hace un siglo.

Aunque mis hijos me aseguraron que no viajarían nunca en barco después de ver por primera vez la película de James Cameron, cada vez que la reponen no se la pierden. Hay algo más que la meliflua historia de amor entre Leonardo Dicaprio y Kate Winslet. Son escenas cuya brutalidad nos ha golpeado precisamente por lo que tienen de metáforas exactas de un mundo –el de la Belle Époque, pero también el nuestro- que debería haber sucumbido con el barco, pero que quedó perfectamente incólume. Me refiero, por supuesto, a la inenarrable odisea de los pasajeros de clase baja encerrados en sus aposentos mientras la clase alta buscaba sus salvavidas al ritmo de la orquesta de a bordo, que tampoco supo dejar de tocar. Todo un emblema de un sistema que sobrevivió al iceberg y  cuya realidad es más inquietante que la joya devuelta la mar en la fábula de Cameron. Quizá por eso es por lo que nunca deja de fascinarnos el Titanic.

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