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Un cronista irrepetible de la España rancia

Pese a estar convencido de que la muerte no existía, Luis García Berlanga se tropezó ayer con ella, a los 89 años. A sus espaldas deja una obra cinematográfica tan inmensa como su personalidad, en la que destacan varias obras maestras como El verdugo, Bienvenido Mr. Marshall o La escopeta nacional. Pocos artistas han descrito con más agudeza la España rancia y pacata que tomó forma bajo la dictadura franquista y que, en ciertos aspectos, alarga su sombra hasta el día de hoy. Berlanga, que se definía a sí mismo como un "anarquista conservador", se las arregló para sortear los embates de la censura utilizando una herramienta que suele irritar –y desconcertar– a los totalitarismos: el humor, la sátira, que en su caso adquirían la forma de esperpento, quizá porque no había otra manera de relatar los usos y costumbres bajo un régimen reaccionario y gris, donde la aristocracia cerraba negocios en largas jornadas de cacería mientras la omnipresente Iglesia bendecía obsecuente el orden impuesto por la cruzada nacional. Pero Berlanga no se quedó aferrado a aquella vieja España y también dirigió su mirada cáustica y crítica a la cultura del pelotazo de los noventa, que inmortalizó en Todos a la cárcel.

Se cuenta que, en cierta ocasión, cuando algunos ministros de la dictadura afirmaron que Berlanga era un anarquista o un bolchevique, Francisco Franco dijo: "No es un comunista, es mucho peor que eso, es un mal español". En realidad, era algo aun peor (para el poder, se entiende): un ciudadano en permanente –y divertida– rebelión contra el orden establecido.

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