Alberto Núñez Feijóo, precursor en Galicia de los recortes que Mariano Rajoy tenía guardados a los españoles, obtuvo una holgada victoria en las autonómicas del domingo. En el nuevo parlamento regional, disfrutará de una mayoría absoluta más amplia (41 escaños frente a 38) y de las ventajas de tener enfrente una oposición divida. Ni el PSG-PSOE, que sufrió un severo castigo electoral, ni los nacionalistas, repartidos entre la AGE de Xosé Manuel Beiras y el BNG, están en condiciones de frenar sus políticas. Durante la próxima legislatura, a los gallegos les espera, pues, más de lo mismo, aunque con la diferencia de que el PP se encuentra allí ahora más envalentonado que nunca.
Pero una cosa es que Núñez Feijóo haya ganado de calle y otra muy distinta que los resultados del 21-O avalen su gestión con la fuerza de un plebiscito. Obnubilados por la abrumadora cosecha de escaños recogida por el PP, nadie parece echar cuentas de que este partido ha perdido 135.000 votos. O, lo que es lo mismo: 17 de cada 100 electores de 2009 le han dado la espalda tres años y medio –y muchos recortes– después. Si extrapolamos esa caída a unas elecciones generales, el PP perdería más de 1.800.000 votos y, muy probablemente, su mayoría absoluta en las Cortes, pese a que ni siquiera lleva once meses en el Gobierno. Habrá quien replique que la causa está en la participación, pero el respaldo a Núñez Feijóo ha retrocedido tres puntos más que el número de personas que el domingo fueron a votar (17% frente al 14%).
La suerte del PP en Galicia ha sido –y es– la clamorosa incomparecencia de su adversario, al que la cita electoral sorprendió sin un discurso creíble ni un cabeza de cartel con suficiente peso. Al PSOE todavía le queda una buena temporada para penar por completo los errores de la época de José Luis Rodríguez Zapatero y, en particular, su vaciamiento ideológico a partir de mayo de 2010. Fue en ese momento cuando el entonces presidente del Gobierno, presa del miedo a una intervención, tiró por la borda toda posibilidad de buscar una salida progresista a la crisis y, para pasmo de sus seguidores, abrazó sin pudor las recetas neoliberales. A la postre, como era de esperar, no consiguió contentar ni a tirios ni a troyanos y hundió a su partido en un agujero del que difícilmente podrán sacarlo Alfredo Pérez Rubalcaba o candidatos tan insustanciales como Pachi Vázquez.
Gracias a ello, Núñez Feijóo puede saborear hoy las mieles del triunfo, haciendo bueno el dicho de que, en el país de los ciegos, el tuerto es rey.
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