Una china en el zapato

Sociedad anónima

 

      Todavía no había superado la perplejidad que me produjeron unas fotografías de Luis Alfonso de Borbón sosteniendo entre sus manos con gesto reconcentrado –cual Hamlet- la supuesta calavera de su ancestro, Enrique IV, cuando me entero de que el rey don Juan Carlos "ha venido en otorgar" el título de Marqués, "para ellos y para sus sucesores", a un escritor, un catedrático, un entrenador de fútbol y un empresario. La razón, según aparece en el BOE, es que Juan Carlos quiere demostrarles su "Real (sic) aprecio".

      En las circunstancias que vivimos nombrar marqueses parece un chiste, al margen de que suponga o no suponga nada en la práctica. En un momento en que las desigualdades sociales van haciéndose más grandes que nunca, el mero gesto resulta ofensivo. Se significa con un título anacrónico a cuatro individuos, al tiempo que el sistema excluye a cuatro millones. Mientras tanto, el mundo  se mueve en dirección contraria a la idea de unos ilustrísimos señores: es la hora de la "sociedad anónima". Afectados, motivados por algo muy concreto, la gente se moviliza sin guión tradicional y sin líderes. Ahí están las manifestaciones estudiantiles en Londres o París, las revueltas en Atenas, la actividad del grupo Anonymous o las protestas árabes.    

     Las marquesas son encantadoramente insoportables en las novelas de Tolstói o bajo la lupa de Proust, y para juego nobiliario ya tenemos el mucho más afortunado Reino de Redonda de Xavier I. En medio de una crisis que dibuja un mundo cada vez más polarizado, ese "Real (sic) aprecio" a unos elegidos choca con toda la fuerza y la frustración de la sociedad anónima.

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