Punto de Fisión

La cruzada de los niños

Entre la verdad y la mentira, entre la historia y la fábula, la Cruzada de los Niños narra la peregrinación (a medias real, a medias imaginaria) de una muchedumbre de niños que, guiada por un sueño mesiánico, se dirige a Jerusalén para reclamar pacíficamente la conversión del islam a la cristiandad. Según la fuente que uno consulte, muchos niños murieron de hambre, otros volvieron a sus hogares, y miles de ellos fueron engañados por unos mercaderes sin escrúpulos y vendidos como esclavos tras desembarcar en Alejandría. Esta leyenda medieval se plasmó en el cuento del flautista de Hamelin e inspiró a muchos escritores, entre los que se cuentan Marcel Schwob, Rosa Montero o Kurt Vonnegut.

Sin embargo, de lo que no cabe duda alguna, es de la realidad de los millares de niños que andan naufragando en los campos embarrados de Grecia gracias a los mercaderes europeos. Las últimas informaciones indican que el número de refugiados supera ya los cuarenta mil y la única opción ofrecida por la UE es pagar al gobierno turco para que les proporcione asilo. Si el gobierno de Erdogan resulta, como mínimo, sospechoso y poco propicio a esta clase de ayudas, la explosión que este mismo domingo ha reventado el centro de Ankara acaba de despejar las dudas.

Hay quienes claman contra la vergüenza que supone, a estas alturas del tercer milenio, que Europa abandone los principios de libertad, igualdad y fraternidad que apuntalaron este continente. Un amigo que trabaja en cooperación, veterano de las campañas de Irak y de Afganistán, y que vio escenas inenarrables en Sudán y en Sumatra, me confesó hace poco que creía que no iba a vivir lo bastante para contemplar lo que está sucediendo a las puertas de Europa, en el vestíbulo de nuestra santa casa. Yo, por desgracia, siempre he sido un pesimista radical respecto a los supuestos valores europeos; nunca he visto otra cosa, bajo las hermosas palabras, que explotación, miseria, esclavitud, canibalismo moral y campos de exterminio. Creo que, para nuestro oprobio, Europa se define mejor por Treblinka y por las masacres de los Balcanes que por el Quijote, la Capilla Sixtina o la Novena Sinfonía. La especialidad europea es lavarse las manos y mirar hacia otro lado, siempre que no se pueda hacer negocio con el sufrimiento ajeno.

La historia de esos cuarenta mil refugiados (muchos de ellos niños, chapoteando entre el fango, apaleados por la policía, timados por delincuentes, secuestrados por las mafias, ignorados por los banqueros y mercachifles en los que hemos delegado nuestra libertad y nuestra conciencia) no va a marcar un antes ni un después en el triste y vergonzoso destino de Europa. Esos niños sirios podrían ser los mismos chavales desharrapados que acabaron subastados en un mercado de esclavos; podrían ser los mismos gitanillos abandonados en las cunetas del continente; podrían ser los mismos críos judíos que acabaron en los hornos del III Reich; podrían ser los niños musulmanes de Srebrenica. El pasado no nos ha enseñado nada, Europa oculta un parque temático del horror y, para lo que sirve, el Museo de Auschwitz es una sucursal de Disneylandia. Nuestra historia es la que es porque los europeos somos lo que somos.

 

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