De cara

Qué bueno que existan Messi y el Kun

Sobre Messi apenas cuelgan dudas. Es la versión más parecida a Maradona que le queda a un deporte muy castigado por el físico y la táctica, por los prejuicios de los entrenadores y por sus miedos. Tiene habilidad, velocidad, descaro y un cordón invisible que cose la pelota a su pie izquierdo desde la cuna. Hay gol a raciones además detrás de sus maniobras. Sólo Javier Clemente, que no discute sus cualidades, ha introducido en el debate un elemento que deja en mal lugar al argentino: el Barça empezó a menguar cuando Giuly tuvo que sentarse en el banquillo para dejar paso a Messi. No es una objeción a sus virtudes, sino al desajuste táctico que hirió al Barça en su manera de jugar. Este matiz al margen, que además es cierto, del fútbol de Messi no gotea ningún escéptico. Es el hombre de la temporada en sus primeras jornadas. Tanto que hasta reclaman ya para él el Balón de Oro. Reprodujo el gol de Maradona, pero exageran.

Al Kun, en cambio, aún le miran con cierto recelo. Sus maniobras siguen incomprensiblemente bajo sospecha. Y como siempre la mayor cautela parte de los entrenadores, tan raros ellos, tan diferentes al resto de la gente. Para colmo, el menos convencido de la dimensión superlativa de sus cualidades, además de Clemente, claro, es su propio técnico, Javier Aguirre, que le tenía guardado un sitio entre los suplentes también este año. La presión popular y hasta la institucional del propio Atlético le obligó a cambiar de planes. Pero no parece muy fiable su actual confianza. Ya después del derby, tras comprobar que Agüero se llevaba todos los elogios de la crítica, Aguirre se encargó de airear que fue el argentino el culpable del gol decisivo del Madrid. Da lo mismo. Agüero ha entrado en un imparable estado de excitación. Es Romario, su doble. Engaña por su apariencia calmada, pero resuelve de manera fulgurante, mágica y nada previsible. Es un fenómeno.

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