De cara

El Kun necesita una bronca, no una disculpa

Costó una temporada que el fútbol le reconociera las palabras bonitas que merece su juego, que su entrenador le retirara la desconfianza y la crítica le aplaudiese como un jugador superior. Pero cuesta más encontrar una reprimenda al oído del Kun por su comportamiento, por los detalles que ensucian con demasiada frecuencia la trayectoria de alguien llamado a convertirse en el mejor futbolista del planeta. Lejos de eso, Agüero se ha acostumbrado a recibir comprensión por sus deslices, excusas que suavizan su culpa o la desplazan hacia los demás. Los mismos que tardaron en apreciar sus virtudes con el balón son los que consienten irresponsablemente sus reiterados pecados de conducta. Agüeristas recientes que contaminan su progreso. Los que le condecoran su astucia por marcar un gol con la mano. Los que advierten un punto de saludable picardía cuando sigue la jugada hasta el gol con el portero enemigo lesionado en el suelo. Los que le elevan a la condición de listo cuando se tira en el área. Los que entienden que de pronto suelte un codazo en la nariz del rival. Los que resuelven con un prepotente ‘cómo se nota que no has jugado al fútbol’ al que reprocha a Agüero su propensión a la trampa, como si la hierba guardara en su interior una misteriosa razón escondida que justifica esos matices de dudosa deportividad. Los que para no tirar de las orejas al Kun denuncian como respuesta la campaña real que sufren sus tobillos por parte de los contrarios, como si el mal de los demás redimiese el propio. Son esos aduladores de nuevo cuño los que relativizan el escupitajo del jueves del Kun, la absurda acción que ha puesto en peligro el futuro europeo del Atlético. Los mismos que hoy quitan valor al gesto feo, que lo disfrazan de normalidad o injusticia arbitral. Esos son los verdaderos enemigos del Kun. Agüero merece hoy un castigo ejemplar, un enérgico grito de desaprobación. Y no una palmada en la espalda.

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