Dominio público

Un nombre para un país

Joan Garí

JOAN GARÍ

08-20.jpgLa ponencia política que ha preparado Leire Pajín, la flamante secretaria de Organización del PSOE, para el congreso de los socialistas valencianos, que se celebrará en septiembre, ha hecho saltar todas las alarmas. Entre otras reflexiones, sin duda muy pertinentes, se propone un extremo que se intenta vender como una "adecuación a la realidad": cambiar el nombre del partido en Valencia. Hace treinta años, tuvo lugar la fusión del autóctono Partit Socialista del País Valencià con la organización del PSOE histórico, cuyas siglas realizaron con éxito la travesía a través del desierto franquista. El resultado fue el PSPV-PSOE, una formación mayoritaria en la transición que llevo a cabo la construcción de la autonomía.
País Valenciano era, en aquel momento, una denominación obvia. Joan Fuster, el gran intelectual del valencianismo contemporáneo (un escritor y polemista aún sin rival en las letras catalanas), rescató el nombre de las profundidades decimonónicas y lo puso en circulación como emblema de su propuesta radical de modernización del territorio, de la conversión de aquella tierra abandonada a los tópicos del regionalismo mondo y lirondo (el Levante feliz), sin personalidad y sin voz propia, en un país a la altura de los retos contemporáneos.

La propuesta triunfó en seguida entre la izquierda, y aún hoy es la divisa inexcusable de los principales partidos y sindicatos y de una legión de asociaciones progresistas que confiaron en el país de Fuster porque era la primera vez, en siglos, que alguien pensaba lo valenciano como parte integrante de un proyecto cultural respectuoso con la tradición y al tiempo abierto a los nuevos aires de integración europea. Por las mismas razones que gustaba a la izquierda, sin embargo, horrorizó a la derecha.

En realidad, cuando a principios de la década de 1980 se discutía el texto del primer Estatut d’Autonomia, el PSPV y la UCD –mayoritarios entonces– acordaron utilizar País Valenciano como denominación oficial (como quería la izquierda) y la bandera cuatribarrada con un distintivo azul (como exigía la derecha, para diferenciarse de la senyera catalana). Todo estaba listo para el consenso, pero al llegar el texto a Madrid un personaje nefasto con mando en plaza, Fernando Abril Martorell, vetó el país y comenzaron los problemas. Otro gerifalte de la UCD valenciana, Emilio Attard, sugirió entonces Comunidad Valenciana y, aunque él mismo reconoció después que eso era propiamente "una imbecilidad", se llevó el gato al agua en aras del consenso. Y así estamos.

Durante estos años, es evidente que el nombrecito de Comunidad Valenciana ha funcionado. Ha contado con un potente aparato de normalización institucional. Y, sin embargo, ha convivido sin problemas con País Valenciano y Reino de Valencia, la otra –bella y honrosa– denominación histórica. ¿Prescindir del nombre emblemático afecta en algo al proyecto del Partido Socialista? En realidad, sí y mucho. Hay que tener en cuenta que muchas de las reivindicaciones de la izquierda valenciana en la transición pasaron a poblar el baúl de los trastos viejos no por la fuerza de los votos (era la época de las mayorías absolutas del PSPV), sino por puro temor ante la violencia desatada por la extrema derecha, localmente conocida como blaveros (por el azul en la senyera). En un alarde de manual de síndrome de Estocolmo, incluso el todopoderoso Joan Lerma se permitió oficializar el denostado himno regional, una horrorosa psedozarzuela por la que babeaban los españolistas más recalcitrantes bajo su máscara regionalista.

Prescindir ahora de País Valenciano es reconocer, entre otras cosas, que con la violencia se pueden obtener objetivos políticos. Las bombas en casa de Joan Fuster o de Manuel Sanchis Guarner (la gran voz liberal de una derecha posible, racionalista y sensata) estarían, así, justificadas.

Pero hay más. País Valenciano no es sólo un nombre. Ni siquiera es el corónimo favorito –como dicen algunos corifeos interesados– del nacionalismo de izquierdas. Nacionalistas de izquierdas sólo quedan, en Valencia, los cuatro gatos de la ERC local (ni el Bloc se reconocería ya bajo ese paraguas). Y, sin embargo, los partidarios de un país moderno, con plena personalidad, a años luz del proyecto de victimismo regionalista del PP, son multitud. Muchos de ellos, por cierto, perfectamente instalados en ese formidable proyecto de transformación social que continúa siendo el PSPV.

Creo sinceramente que la compañera Pajín y sus colegas están equivocándose de enemigo. Para ganar al PP, no hay que parecerse a ellos. Está fuera de toda duda la presencia en nuestro país de grandes inercias conservadoras, de fuerzas poderosas que viven felices con la propaganda que promete –mientras el déficit aguante– grandes eventos que transformarán nuestra vida y con los que nos creeremos felices cinco minutos antes de despertar. Pero ¿no existen las mismas fuerzas a nivel español? ¿Y acaso se le ocurre a José Luis Rodríguez Zapatero eliminar la O de Obrero en las siglas del PSOE para contentar a las nuevas clases medias que no han visto a un minero en su vida, ni siquiera a un
metalúrgico?

La lección de Rodríguez Zapatero y del nuevo PSOE estos años es que se puede ganar elecciones sin renunciar a un bagaje de izquierdas, incluso reforzando su vertiente más federalista. A los ponentes del PSPV, se les debería advertir de que el nombre no hace la cosa, pero que no es igual pensar en términos de País que de Comunidad. A Valencia hay que ganársela con desafíos progresistas, no con renuncias conservadoras.

Joan Garí es escritor. Su última novela es 'La balena blanca'

Ilñustración de Iván Solbes

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