el pingue

Harlem Café

A las tres de la madrugada, cuando cerraba el Gurdulú, el Terminal o el Continental, acababa siempre en el Harlem. Las "unidades" de Mahou eran la gasolina que necesitaban nuestros cuerpos y el protocolo antes de marchar para casa. El Harlem Café estaba en la calle San Antonio de Padua, la que te lleva a la Plaza San Miguel desde la Plaza de los Arces. Enfrente, dos tiendas de ultramarinos y hasta hace poco de venta de vino a granel.

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La puerta de madera y un neón rosa anunciaban en la madrugada la existencia de un sitio vital, donde Los Fideles continuaban el recorrido tras tomar crevezas "del tiempo", o Larios cola. En el Harlem, el grifo iluminado de Guinnes marcaba el final de la jornada, cuando con las llaves en la mano se cerraba el bar y, si había ganas,  nos íbamos a la Plaza de las Brígidas a tomar tercios en el Cotton Club antes de encarar el Puente Mayor  y la rasca invernal de Valladolid.

Las paredes estaban repletas de reproducciones de portadas de vinilo y  carteles. Las lámparas estaban  bajas,  sobre la barra de granito negro. Detrás, tres tipos que fueron bálsamo para muchos de nosotros, hombro donde llorar penas, cómplices de humor, y admirados por lograr  un ambiente de  charla o  silencio.

Los tres, Charlie, Antonio y Leo son los del Harlem. "Quedamos en el Harlem, la última en el Harlem,  tomamos café en el Harlem" son frases que formaron parte de mi vida durante años, muchos, hasta que hace bien poco cerró porque dos de ellos y socios, se fueron de viaje. Con la música a otra parte Charlie,  Toño con un "sed buenos, chicos".

Hacía muchos meses que no pasaba por la puerta. Rodeaba la manzana por la calle Felipe II con tal de no sentir un gran vacío y pena. Una noche me dirigí hacia el bar, a tomar una Mahou más, pero estaba cerrado. El neón ya no existía, el polvo en los ventanales era abundante y la calle no tenía swing. Sólo sonaba el rascar de la pala de madera de la pizzería de al lado donde me aclararon que el dueño traspasaba el local.

Decía Miguel Ángel Aguilar en una entrevista que "las noticias hay que ir a buscarlas a los bares". No lo sé pero los bares y sus barman son imprescindibles para tejer la rutina gris de la vida de cualquiera. Los pubs son la nota de color, la cenefa, la pirueta que todos, solos o en compañía,  necesitamos antes o después de comer, durante el fin de semana o en la madrugada, cuando nos sentamos en el taburete  apoyamos los pies en el estribo de la barra y pedimos la última.

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Suena Vuelvo al Sur del cedé que Charlie me grabó. Mientras, me tomo una taza de café con plato y azucar embolsado. Pongo mueca e imagino el dedo índice de Antonio preguntándome "qué va a ser"; abro un periódico gratuíto y sonrío con la publicidad en la que aperece Leo a quien recuerdo con su cuaderno dina cuatro escribiendo los primeros monólogos antes de dejar "la barra". Y noto que el nudo se va destensando. Y Leo, el del Harlem sigue haciéndome reír....

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