Tierra de nadie

¿Aquí se roba? ¡Qué escándalo!

La sorpresa que la ciudadanía ha sentido al enterarse de que los costes de la construcción del AVE a Barcelona se hincharon artificialmente gracias a sobornos a probos funcionarios del Estado ha sido colosal. Nadie habría esperado algo semejante en un país como el nuestro, ejemplo de rigor en el manejo del dinero público, ya sea por los exhaustivos controles a los que nuestras administraciones someten cualquier desembolso o por la proverbial honradez de nuestros constructores, verdaderos filántropos en un mundo en el que cuanto más se conoce a los hombres más se quiere a los perros.

Ha de tratarse forzosamente de un hecho aislado o de un error, más si cabe en un sector, el de la obra pública, que jamás dio que hablar salvo por la calidad de nuestras infraestructuras y la bondad de la ingeniería española, de reconocido prestigio en cualquier confín del planeta. En estos lares nunca se supo de escándalo, corruptela o cohecho, jamás se pudo hablar de mordidas, enriquecimiento ilícito o financiación ilegal de partidos. En España se han asfaltado hasta las playas con más decencia que una monja carmelita.

Es verdad que alguna vez hemos dudado, queriendo ver delitos donde sólo había virtud. ¿Que aquí el kilómetro de carretera cuesta cuatro veces más que en Alemania? Lógico, si se tiene en cuenta el primor con el que se construye y nuestra accidentada orografía, que no admite chapuzas. ¿Que se hacen aeropuertos sin aviones y estaciones de tren para veinte pasajeros? A eso se le llama previsión. ¿Que levantamos ciudades de la cultura o del circo, palacios de congresos y museos en pueblos de 10 habitantes y tranvías que no conducen a ninguna parte? Somos emprendedores. ¿Que Calatrava nos la clava? Bueno, eso sí.

El AVE nos enorgullece. Pueden haber habido constantes modificados y reformados de proyectos que hayan disparado más de un 40% el coste total de la construcción, no lo vamos a negar, pero es que Sevilla está muy lejos y Barcelona más aún. Con esas distancias es normal que surjan inconvenientes, montañas no previstas y hasta ríos insospechados. De ahí a dudar de la integridad de políticos, técnicos y empresarios media un abismo.

Éstos últimos merecen mención aparte. Está por ver que alguno de nuestros prohombres del pañuelo de cuatro nudos se haya visto envuelto en algún escándalo o que haya dado con sus huesos en la cárcel. Si por algo se han caracterizado ha sido por su entrega total al progreso, bien de España en su conjunto o de la Liga de Fútbol Profesional en particular. Sus empresas han sido modélicas dando trabajo a subcontratas que a su vez han subcontratado con otros subcontratistas. Se han hartado a crear una riqueza aquí y en las Caimán.

De los políticos sobran los comentarios. Cualquiera de los grandes partidos puede presumir de la transparencia de sus ingresos y de la rectitud de unos dirigentes que no nos los merecemos. Siempre pusieron por delante el bien común a su patrimonio, muy mermado porque los sueldos y los sobresueldos en ese mundo son de auténtica miseria.

Dicen que los detenidos de Adif y Renfe aceptaron viajes a Aspen a esquiar, cacerías en países del Este de Europa y hasta muebles para sus viviendas, y que gracias a esas dádivas hicieron la vista gorda a las nuevas y engordadas facturas. Alguna explicación ha de haber porque no es verosímil que alguien se venda por un viaje, por unos trajes o por un bolso de Louis Vuitton. Quizás haya sido el roce, que hace el cariño, y que una cosa haya llevado a la otra.

Nos resistimos a creer que estamos rodeados de golfos y de ladrones. Nadie podrá convencernos de que huele podrido en algún otro sitio que no sea en Dinamarca. La lluvia en Sevilla es pura maravilla, de Madrid al cielo y Barcelona es poderosa. Eso sí que lo sabemos.

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