Fuego amigo

Es de noche, aunque no te lo creas, hijo mío

En el partido columnista, el que está formado por periodistas que escriben columnas, hay militantes para todos los gustos, y cada uno con sus manías, querencias, obsesiones y fobias. Como la vida misma, o como un extraño sillón de psiquiatra donde los médicos pagáis en vez de cobrar por escuchar.

Una de mis campañas vitales, ya la conocéis, es un imposible, una quimera, el intento de desmontar el gran negocio de las religiones, un poder multinacional que convierte en aficionados a los dueños de Microsoft. Inútil campaña la mía, pues los clérigos de toda condición compiten entre sí en ofrecer a su clientela promesas imposibles que no están a mi alcance. Los médicos saben que la verdad no siempre hace felices a los pacientes.

Otros compañeros del partido columnista pasean también sus obsesiones, sus afanes redentoristas, con el mismo escaso éxito que el mío. Manuel Vicent, por ejemplo, tiene por costumbre todos los años, cuando comienzan las ferias taurinas de primavera, escribir una de sus inquietantes columnas denunciando la tortura del toro, una extraña "fiesta" en la que se divierten todos menos el anfitrión, muerto salvajemente desangrado en la arena.

También con cierta regularidad, y tan estérilmente como nosotros dos, Manuel Toharia, periodista científico, un moderno renacentista que dirige ahora el Museo de las Ciencias de Valencia, predica todos los años a quien quiera oírle lo que él considera el sinsentido del cambio de horario que acabamos de estrenar. Toharia, al igual que muchos empresarios del sector energético, duda del supuesto ahorro de energía subsiguiente, pues la industria y el comercio, por ejemplo, tienen su actividad en interiores, siempre con luz artificial.

Por lo que he leído, el balance es tan complejo que resulta muy difícil llegar a una conclusión segura. Si tecleáis en la Wikipedia "horario de verano", encontraréis una exposición detallada de los pros y contras de esta medida, para unos deseada y para otros desquiciante por su efecto de jet lag que puede durar semanas.

No sé si se ahorra energía. Y no lo sé porque lo ignoro, como decía Tip, aunque creo notar que sus efectos son más psicológicos que económicos. La gente joven, la que hace más vida de calle que de mesa camilla, saluda el cambio de hora de verano como un tiempo extra de regalo. Algunas madres con hijos pequeños, en cambio, quisieran tener un par de palabras con el inventor del reajuste horario. Que a las dos de la madrugada sean las tres tiene un pase. ¿Pero quién mete de pronto en la cama a un niño a las nueve de la "noche" con el sol brillando todavía en el firmamento?

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