Fuego amigo

Una Comisión del Congreso casi ejemplar

Ayer por la tarde pudimos ver en directo, por la 2 de TVE, la comparecencia de la ministra de Fomento ante la Comisión del Congreso, para dar cuenta en sede parlamentaria de las circunstancias que rodearon al accidente del avión de Spanair. Tan sólo unas horas antes, María Dolores de Cospedal, la Secretaria General del PP y número dos del partido, había vuelto a caer en la misma trampa que su jefe, hace unos días, anunciando de nuevo, más o menos, que su partido no iba a comportarse como los socialistas en el asunto del Yak-42.

Con estos antecedentes me esperaba lo peor. Así que dejé la siesta para la noche (aunque a mí me gusta cada cosa a su hora), me armé de valor, y me tragué cuatro horas y media de debate en perfecta vigilia. Y debo decir que hacía muchos años que no asistía a un debate tan sosegado, profesional y creo que fructífero como el que allí se desarrolló.

Todos los grupos parlamentarios, excepto el PSOE (¿), dejaron claro que allí habían ido a meditar entre todos si los instrumentos político-administrativos con que contamos para el control de la seguridad aérea son los adecuados. Todas la intervenciones, excepto las del representante del PSOE (¿), fueron modélicas, puntillosas muchas de ellas, y recibieron una respuesta adecuada, aparentemente convincente, a la espera de que la Comisión de investigación avance en el estudio de las causas.

Me preocupaba la actuación de Soraya Sáenz de Santamaría, portavoz parlamentaria del PP. Aparte de extremadamente moderada en su exposición (un paréntesis, sin duda, en la forma redicha con que suele exponer sus argumentos) adoptó el papel, no del inquisidor de ministros, como esperaba, sino el de campeona de la caridad y la comprensión, ese papel tan querido por la derecha para demostrar su superioridad moral sobre descreídos, impíos y rojos en general. Insistió en dejar claro que a ella le preocupan más las "indemnizaciones a los huérfanos", la "sensibilidad con los afectados", el "cariño que les debemos", el que "se vean arropados", más que las consideraciones técnicas del accidente.

Y no sólo ella. Todos, excepto el representante del PSOE (¿), estuvieron espléndidos en su exposición, para concluir mayoritariamente que la actual Ley de Navegación Aérea, del año 1960 (Llamazares dixit), necesita una reforma urgente, si no una jubilación, y que Ley de Seguridad Aérea de 2003 está insuficientemente desarrollada, a pesar de que ya han pasado cinco años. Todos dieron la impresión de haber acudido a trabajar, a arrimar el hombro, para que el accidente se convierta en lección para un futuro..., excepto el diputado del PSOE (¿), Salvador de la Encina, que hizo el discurso más torpe que recuerdo en mucho tiempo.

Torpe en la forma (no sé cómo será como parlamentario, pero como lector de discursos es una calamidad) y mucho más torpe en el fondo. Por una vez que se había conseguido un clima sereno de discusión, en el que se habían aparcado los reproches para avanzar en las explicaciones, el diputado socialista se pone a leer (mal) un guión que seguramente le habían avanzado en Ferraz por la mañana, temiendo que los tiros del PP llevarían la misma trayectoria que los de la Cospedal horas antes. Es lo malo de manejarse con guiones predeterminados, porque si de pronto te cambian el escenario, te encuentras cantando una canción de taberna en medio de una primera comunión.

Habían todos decidido abandonar el tono de reproche cuando el socialista Salvador de la Encina, como elefante en cristalería de Murano, recuerda a los congregados lo buenos que son ellos, trayendo a la ministra al parlamento, cuando "entre 1996 y 2004 los ministros del PP no quisieron comparecer en el Congreso" a dar explicaciones en circunstancias semejantes. Lo más estúpido de este arranque de autopromoción innecesaria es que salió a la defensiva cuando no tenía nada de qué defenderse. Estaba matando moscas a cañonazos.

José Antonio Alonso, el titular, estaba también en la sala. De observador. Seguro que con él, uno de los políticos más educados por estos pagos, jamás habría ocurrido una salida de tono tan inoportuna. La ministra defendió estupendamente su papel, entrañable hasta en sus torpezas y balbuceos. No entiendo cómo el PSOE puede dejar en manos de la cuadrilla de su portavoz parlamentario un miura tan difícil de torear, con tantos muertos de por medio.

Y tampoco entiendo qué hacen en estos casos los partidos políticos gobernantes utilizando su turno de palabra, cuando ya está allí el compareciente, sea ministro o presidente, para defenderse. ¿Qué más podía decir De la Encina que no hubiera dicho la ministra? Pues sí, tonterías.

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