Otras miradas

Propaganda de guerra

Máximo Pradera

En otoño de 2004, el presidente Zapatero invitó a cenar a la Moncloa a un selecto grupo de periodistas (entre los que se hallaba mi padre) para hacer un balance informal de los primeros meses de una legislatura que había arrancado en primavera. A pesar de mi probada capacidad para soltar impertinencias y abochornar al prójimo con incorrecciones políticas, se me permitió sumarme a ese grupo, siempre con la condición de que no abriera la boca en toda la velada. Cumplí con mi palabra, en parte porque me considero hombre de honor y en parte por miedo a que a la primera inconveniencia se presentara la Guardia Civil y me invitara a abandonar el recinto.

Tras mostrarnos la mesa y la silla desde las que había ordenado la retirada de las tropas de Irak, el presidente nos condujo a un desangelado salón monclovita para tomar el aperitivo y allí se quejó amargamente de que el Partido Socialista no contara con un Jiménez Losantos que incendiara a la izquierda desde las seis de la mañana, del mismo modo que hacía desde la cadena de los obispos este insufrible pelmazo y difamador mediático. En otras palabras, el presidente quería equilibrar la propaganda de guerra del enemigo con propaganda amiga, sin reparar en que la vía intelectualmente honesta (la única moralmente posible para la izquierda) para combatir la desinformación del adversario no es la propaganda favorable, sino el desmontaje sistemático de la del enemigo, esto es la contrapropaganda. Algo que sí han entendido, por ejemplo, los periodistas de Maldito Bulo o los redactores de El Intermedio, cuando invitan a Wyoming o a Sandra a desplazarse hasta el pico de la mesa.

Lo primero que convendría hacer para combatir la obscena y torticera sarta de embustes con las que la derecha mediática intoxica a diario con el fin de desalojar al que ellos llaman El okupa de la Moncloa es dejar de emplear el término fake news. En alguna radio he llegado a oír incluso el término paparruchas, como si lo malo de la expresión inglesa fuera que estuviera en ese idioma y no el hecho de que fake news sea un descarado eufemismo para denominar lo que de toda la vida se ha llamado propaganda de guerra. Es como si nos diera miedo admitir que estamos siendo víctimas de una guerra (la de los millonarios contra las clases medias y bajas); que como reconoció el multimillonario Warren Buffet estamos perdiendo esa guerra; y que la estamos perdiendo precisamente por el hecho de que la propaganda de guerra confunde a la gente que podría ganarla consiguiendo que vote contra sus propios intereses. Por eso el llamado trifachito tiene ahora tanto interés en que el pueblo se exprese libremente en las urnas. Casado, Rivera y el de la pistola consideran que el nivel de intoxicación mediática es ya lo suficientemente elevado como para lograr que los españoles vuelvan a votar contra sí mismos. Y digo vuelvan, porque ya lo hicieron con Rajoy, que al frente de una partida de facinerosos ha saqueado durante años las arcas públicas, logrando incluso que los contribuyentes financien de su bolsillo desmanes tan indecentes como el saneamiento de las cajas de ahorros y la financiación de los programas especiales de armamento.

Muchos conocen la controversia política entre Clara Campoamor y Victoria Kent al inicio de la Segunda República. La Kent quería aplazar durante un tiempo el voto de la mujer española por considerar que estaba intoxicada ideológicamente por los curas y por sus propios maridos. En otras palabras, la mujer de 1931 no era libre, por no disponer de información suficiente para votar a favor de sus propios intereses. Y el diagnóstico fue tan certero, que la derecha ganó las elecciones.

Mutatis mutandis, en la España de 2019 ocurre algo parecido, pero se me ocurre que ahora, la única manera de saber si alguien está en condiciones para votar sería someterlo a un test de idoneidad electoral. Toda persona que a partir del próximo mes de abril quiera meter una papeleta en una urna, tendría que responder correctamente a una batería de preguntas tipo test para conocer si vota en libertad y no condicionado por la propaganda de guerra. Algunas preguntas:

¿Cree Vd que el cambio climático es un invento de los ecologistas?

¿Ha aceptado Sánchez las 21 propuestas de Torra, tal como afirmaba el manifiesto que se leyó el domingo en la Plaza de Colón?

Y la más importante de todas:

¿Cree Vd. que Eduardo Inda debe seguir dirigiendo su panfleto en vez de aceptar la oferta de Roomba para ganarse la vida como limpiasuelos humano?

Solo con que contestasen afirmativamente a estas tres primeras, yo les denegaría en el acto su derecho al voto.

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