Otras miradas

Núñez de Balboa y la mayoría confinada

Luis Giménez San Miguel

Periodista y asesor de comunicación de Más Madrid en la Asamblea regional

Vecinos del madrileño barrio de Salamanca participan en una protesta contra el Gobierno por su gestión en la crisis del coronavirus. EFE/Rodrigo Jiménez
Vecinos del madrileño barrio de Salamanca participan en una protesta contra el Gobierno por su gestión en la crisis del coronavirus. EFE/Rodrigo Jiménez

En los barrios más ricos de Madrid estamos viendo estos días a cientos de personas salir a la calle a manifestar su indignación con el gobierno, exigir su dimisión, pedir "libertad" (sea lo que sea a lo que se refieran) y hasta reclamar a gritos un "queremos elecciones". Son movilizaciones con un marcado carácter de clase, es la protesta de los más ricos que, aunque todavía no han visto tocado ni uno sólo de sus privilegios, no soportan que alguien ajeno ocupe el poder institucional, solo éste, porque ellos mantienen el resto de los poderes. No es difícil imaginar qué sentirán al ver estas imágenes muchos vecinos de Vallecas o Carabanchel, confinados en pequeños pisos y preocupados por no llegar a fin de mes, cumpliendo a rajatabla unas duras medidas de confinamiento, mientras los vecinos del barrio de Salamanca las desprecian para emprender su particular rebelión del egoísmo. Hasta hemos visto a uno de ellos golpear una farola con un palo de golf, como si fuera un cojo manteca en tiempos de Taburete.

"Queremos elecciones" gritan. ¿Otras? ¿En serio? En los últimos seis años se han celebrado cuatro elecciones generales. Por si fuera poco, en el ecuador de ese pequeño período de dos años en el que no se convocó a los españoles a las urnas, hubo un cambio de gobierno, fruto de una moción de censura. En todo este ciclo, la derecha española sólo ha conseguido volver a gobernar gracias a los votos del PSOE, en 2016. Siempre, en todas las ocasiones en las que se han abierto las urnas, han estado en minoría.

Ha sido así porque en España, en los últimos años, ha fraguado un bloque social progresista que conforma la mayoría parlamentaria que puso al actual gobierno en la Moncloa. Muchos politólogos dirán que el electorado opta por las opciones que representan sus intereses, por aquellas que consideran que resolverán en mayor medida sus problemas. El correlato de esta lógica de los intereses es que, en caso de que no se cumplan sus expectativas, las mayorías tenderán a cambiar su voto. Pues bien, en el caso del bloque progresista no parece que se haya cumplido este pronóstico, puesto que ésta se ha matenido, a pesar de haber sido engañada y maltratada por sus representantes en muchas ocasiones.

Los ciudadanos que conforman esa mayoría progresista han visto cómo una y otra vez los partidos del bloque de izquierdas no llegaban a acuerdos, cómo unos y otros anteponían sus intereses particulares a los del conjunto para formar gobierno, cómo mandaba a los españoles a las urnas innecesariamente, a ver si, al final, había suerte. Parecía que quienes decían representarles, con su manifiesta y reiterada impotencia, estaban más interesados en que cambiaran de bando que en defender sus intereses. Sin embargo, cada vez que se abrían las urnas, esa mayoría estaba ahí, fiel y esperanzada en qu esa vez sí se podría. Tuvo que esperar hasta diciembre de 2019, cuando se logró formar un gobierno de coalición que contó con otros muchos apoyos para su investidura.

Es cierto también que esta mayoría progresista ha sufrido significativos cambios internos en su composición política. Desde aquel empate técnico entre Podemos y PSOE en 2015, cuando sólo les separaban 300.000 votos, a un Unidas Podemos como cuarta fuerza parlamentaria y sólo 35 diputados. Además, en este tiempo, hemos visto crecer o renacer a otras fuerzas dentro del bloque progresista, desde la irrupción de Más País a la multiplicación de escaños de fuerzas regionalistas, el símbolo de la España vaciada encarnado por Tomás Guitarte de Teruel Existe o los 13 asientos que ocupa hoy ERC. Es un bloque ahora mucho más heterogéneo que nunca, pero también más vivo. Precisamente, que haya fuerzas políticas fuera del Gobierno permite que éste no se acomode y, lo más importante, permite seguir ampliando el campo de lo posible a nuevos horizontes, toda vez que sabemos que los horizontes, contemplados desde la Moncloa, tienden a volverse más difusos.

En un momento tan difícil como el que atravesamos, es responsabilidad de todos los partidos del bloque progresista cuidar a esta mayoría. Han de demostrar a los ciudadanos que los distintos partidos llegan a acuerdos, conforman un bloque parlamentario estable y duro, capaz de resistir los envites de una derecha cada vez más agresiva; y, lo más importante, legislar y hacer avanzar al país, especialmente después de esta última década perdida.

Cuidar esta mayoría progresista implica entender su diversidad y complejidad. En primer lugar, exhorta al PSOE, el primer partido del bloque, a abandonar cualquier tentación de prepotencia y a escuchar no solo a sus socios de gobierno, sino también al resto de fuerzas políticas que conforman la mayoría. Y, más importante, el PSOE tiene que evitar la tentación de volver a mirar a Ciudadanos como socio parlamentario en aras de una supuesta estabilidad. Esta opción no sólo sería rechazada por la mayoría de votantes progresistas, también los del PSOE, sino que nos devolvería a todo el país automáticamente a la casilla de salida de 2015.

Esta mayoría fiel, que sufrió los embates de la crisis económica y ha soportado desde entonces niveles escandalosos de desigualdad, que está sufriendo ahora la pandemia y que vive amenazada por una nueva crisis que se cierne sobre sectores crecientes, esa mayoría se merece que quienes les representan estén ahora a su altura. Esa mayoría ha cumplido, ha sido disciplinada, solidaria, ha mantenido los hospitales y los mercados abastecidos, las calles limpias, nos ha mantenido vivos a los vivos y ha enterrado a sus muertos. Por eso tienen el deber de alcanzar acuerdos, de legislar para acabar con la desigualdad y seguir avanzando en un horizonte de justicia social. Por mucho que griten en el Barrio Salamanca.

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