Rosas y espinas

Qué bien se vive sin gobierno

Se ha extendido una broma por este país, y a lo mejor significa algo. Las bromas suelen ser mas certeras que cualquier tractatus. Las bromas se arrastran por la calle, como los hombres y las mujeres sencillos, buscando su acomodo. La broma que digo también es sencilla, como los hombres y las mujeres que se arrastran.

--¿Y tú qué tal andas?

--Pues cojonudo. Qué bien se vive sin gobierno.

"Nunca peguéis con lacre las hojas secas de los árboles para fatigar al viento. Porque el viento no se fatiga, sino que se enfada, y se lleva las hojas secas y las verdes", decía Juan de Mairena. Y es lo que estamos haciendo. No queremos ni cambio ni no cambio, ni un rocanrol ni una balada, ni un sueño ni una vigilia, ni hojas secas ni hojas verdes. Ya no queremos elegir si sí o si no, porque, en el fondo, lo que hemos ido perdiendo es la capacidad de elegir.

Se cuenta mucho ahora que España, en estas últimas elecciones, ha escogido cambio, y sin embargo el cambio no se nota, y nadie parece con ganas de notarlo. Qué bien se vive sin gobierno.

A veces no entiendo el nerviosismo de nuestra derecha ante las nuevas perspectivas, u horizontes, como dicen los horteras. Al final, como acaba de demostrar la militancia socialista al 52%, lo que desea la gente no es que haya cambio, gobierno, revolución o cosa. Se quiere este estatismo de planeta lejano. Quedarse muy quieto para que todo cambie. Es un lampedusismo a lo perezoso cuyo máximo exponente ha sido, sin duda, Mariano Rajoy.

Resulta un poco decepcionante ver que nos gobierna una inercia quietista que en literatura se llamaría miedo, pero que en política se adjetiva, más fina y feamente, como sentido común. Los militantes socialistas, votando a favor del pacto imposible PSOE/Ciudadanos, han escrito quizá el mayor himno al sentido común que se puede concebir: qué bien se vive sin gobierno. O sea, bajo el gobierno transparente del Ibex 35 (no confundir, aquí, transparencia con limpieza, sino con aparente invisiblidad).

Uno había pensado siempre que vivía decepcionado por el partido socialista, y lo que teníamos que haber intuido es que nos deberíamos de sentir decepcionados con el votante, con el pueblo socialista. O sea, con nosotros mismos. Durante un tiempo, peregrinamos con la idea de que en España, 15-M, habíamos inventado la primavera. Y quizá sí. Pero la primavera era esto: más de nueve millones de votantes (PSOE y C´s) poniéndole puertas al cambio.

La resignación, como todas las cosas sin remedio, no es buena. Y uno, con todo el respeto hacia los militantes socialistas, cree que ese 79% de votos a favor de este pacto inútil y permanentista es pura, simple y llana resignación. Nos han hecho creer que solo se puede tener fe en no creer en nada. Quizá no hemos votado como siempre, pero hemos votado lo de siempre. Qué bien se vive sin gobierno, que diría el muy llorado Emilio Botín.

Más Noticias