Al sur a la izquierda

Permítame, mi buen amigo, una pregunta

Ayer nos machacaron de nuevo los dichosos mercados. La petulancia de los expertos, la avaricia de los inversores, la soberbia de los banqueros, la ceguera de los políticos y la cobardía de los funcionarios nos han conducido a las proximidades del abismo. Nuestras élites
actúan con todos nosotros como cierto personaje, llamado

Spencer, de la película Lo que queda del día, de James Ivory. Son los años treinta. Ante varias personas de la élite británica, todas ellas simpatizantes de la Alemania nazi, Spencer, al tiempo que balancea entre sus manos una copa de balón recién servida con un coñac exquisito, pone a prueba al mayordomo de la mansión: "Permítame, mi buen amigo, una pregunta. ¿Considera que la situación de deuda con respecto a América es un factor significativo en el bajo nivel del comercio o cree, por el contrario, que se trata de una pista falsa y que el abandono del patrón oro es la verdadera raíz del problema?". Naturalmente, el pobre mayordomo no sabe qué contestar. Los amigos elogian la perspicacia de Spencer para desacreditar la democracia, evidenciando el disparate que significa dejar el destino de todo un país en manos de gente como ese mayordomo que no sabe una palabra de los grandes arcanos de la economía y la política internacional.
Los Spencer de los años treinta son los mismos de hoy. Los de entonces parecían saberlo todo, pero ninguno de ellos fue capaz de ver el alcance letal de las inten-
ciones de ese Hitler al que tanto admiraban. Los de ahora parecían saberlo todo pero ninguno de ellos fue capaz de evaluar el altísimo riesgo de su incomprensible, sofisticado y a la postre letal tinglado financiero.

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