A ojo

El cambiazo

A Barack Obama lo eligieron presidente de los Estados Unidos porque prometió que con él llegaría el cambio: de raza, de generación, de ideas y de métodos. Pero ahora resulta que sus primeros nombramientos para altos cargos recaen en personas que encarnan más bien lo contrario del cambio: lo que ha habido ahí siempre.
La secretaria de Estado es su ex rival para la candidatura demócrata Hillary Clinton, quien, al margen de haber aprendido en ocho años de primera dama cómo se cogen los cubiertos en 80 países distintos, tiene el lastre de la multimillonaria fundación de su marido el ex presidente, de la cual no se sabe muy bien ni qué hace ni cómo se financia. En el Departamento de Defensa sigue el ex director de la CIA Robert Gates, el mismo que lleva tres años perdiendo en Irak y Afganistán las guerras de la insensatez de George Bush. Y como asesor de Seguridad Nacional queda el general de marines James L. Jones, ex comandante de la OTAN.

Es que Obama busca el consejo de la experiencia, explican los defensores del nuevo presidente. De acuerdo. Pero la experiencia no es una buena recomendación cuando consiste en haber hecho precisamente las cosas que salieron mal. Más que cumplir con el prometido cambio, parece como si Obama les hubiera dado a sus electores el cambiazo. Votaron por una liebre y saltó un gato. O, más exactamente, creyeron que elegían a una paloma, y resultó ser un halcón. Para eso hubiera dado lo mismo volver a elegir a Bush.
Al conocer los nombres –Clinton, Gates, Jones–, un periodista decepcionado y perplejo, o simplemente burlón, le preguntó en rueda de prensa al presidente electo dónde estaba el cambio. Y Obama respondió con orgullosa sencillez: –El cambio soy yo.
Es una buena respuesta, porque a primera vista Barack Obama parece muy distinto: no sólo de Bush, sino de todos sus predecesores. Pero en el fondo no es tan distinto como parece: es el presidente de los Estados Unidos.

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