Cartas de los lectores

20 de enero

En pie de guerra
La clase trabajadora apenas se ha desperezado de la modorra que nos ha acompañado en los últimos años. Resignados en nuestro papel de peones (sacrificables en defensa del rey-capital) padecíamos una ceguera que nos impedía reconocernos como miembros de las mismas huestes, como meros elementos desechables, procedentes del mismo criadero proletario del que se nutren los dueños del dinero.
Inmersos en la fantasía pequeño burguesa, nos entregamos al consumismo reforzando el engranaje que apretaba nuestras tuercas. Ahora, una vez roto el hechizo, la realidad se impone en forma de ERE y desempleo. La crisis actúa como un potente emético para la patronal, a la que no le duelen prendas a la hora de purgarse obreros para aliviarse de sus indigestos empachos. Es la coartada perfecta para eliminar o abaratar los costes laborales y apelar al despido libre como única solución para mantener el sistema.
Pero el día 18, más de 35.000 personas tomaron el centro de Zaragoza. Muchos de ellos, como los operarios de la GM, ya han sufrido la depuración en carne propia, y el resto empieza a percibir la amenaza del paro y la precariedad como algo inmediato. Puede que no seamos totalmente inocentes de esta situación, puesto que nuestra aceptación bovina nos hace cómplices, pero tampoco estamos dispuestos a caminar dócilmente al matadero. Los trabajadores debemos estar en pie de guerra contra los atropellos patronales.
Ana Cuevas /Zaragoza


Un cuadro lamentable

Lamento no estar de acuerdo con el artículo publicado el domingo por un reconocido comentarista de Sevilla [Antonio Burgos]. No se puede generalizar, cuando miles de personas en nuestra ciudad y cientos de miles en la capital han pedido un alto el fuego en Palestina. No se puede decir "progres de mierda" a miles de ciudadanos que, sin filiación políticas alguna, se lanzan a la calle para pedir el cese de la matanza de civiles, entre los que se encuentran cientos de niños y mujeres.
Se raya el insulto al comparar a una manifestación pacifista con el sistema franquista. Referente al uso del kufiya, no creo que signifique nada más que el reconocimiento de un pueblo que, desde la constitución del Estado de Israel, está sometido a su poder. Por último, no quiero pensar que al defender la actitud del pueblo israelí se supone que nuestro reconocido comentarista estaría de acuerdo con que el Estado español bombardeara el pueblo vasco para acabar con ETA.
Lamento tener que hacer este comentario de alguien que goza de un gran prestigio en Sevilla, pero creo que esta vez no ha estado en consonancia con las inquietudes de la mayoría de los sevillanos.

Domingo González /Sevilla

Otro liberalismo económico
Hasta hace pocos meses, cualquier gurú de la economía sabía darnos mil razones para ensalzar las virtudes de un liberalismo que era el único sistema capaz de aportar progreso y felicidad a los ciudadanos. El Estado ni disponía de dinero para atender nimiedades ni debía siquiera intervenir en la economía, pues el sacrosanto mercado, como un dios omnipotente, se encargaba de ajustarlo todo. Sin recurrir al sacrilegio de las nacionalizaciones, y sin que los poderes públicos tuvieran que caer en la osadía de ocuparse de las empresas cuando, en razón de balances y cuentas de resultados, se veían "obligadas" a despedir a miles de trabajadores.
Algo extraño ha ocurrido para que, en poco tiempo, sean los Estados, precisamente, quienes corren a salvar con dinero de los contribuyentes a grandes compañías que algunos llaman ahora estratégicas, porque, al parecer, si ellas caen, cae con ellas la sociedad entera. A sectores como la banca, el automóvil, la energía, la construcción, etcétera, se los califica hoy de bienes comunes y, aunque sus propietarios sean conglomerados multinacionales, urge impedir que se abismen en el pozo que ellos mismos han creado. Sin embargo, una pequeña y mediana empresa, que con sacrificio pusieron en pie familias o gente emprendedora, jamás será considerada estratégica. Por tanto, nos olvidamos de que son las pymes las que sostienen, básicamente, las estructuras productivas y laborales del país.
Adolfo Yánez

Impuestos y fraude
La desaparición del impuesto sobre el patrimonio –con la que alegaban que así se beneficiarían las clases medias–, lejos de resultar eficaz, ha supuesto una merma importante en recaudación para España. Reimplantarlo sería beneficioso y rentable para el Estado, pues ingresarían en las deficitarias arcas millones de euros, que falta hacen.
En 2005, el Estado recaudó por este impuesto unos 1.442 millones, y esta cifra fue en aumento. Su desaparición hizo frotarse las manos a los millonarios –que dejaron de pagar por sus bienes–, ya que les beneficiaba por ser poseedores de las rentas e ingresos más cuantiosos y de las propiedades sujetas a gravamen.
A pesar del desorbitado fraude fiscal, habitual en este sector, sólo declararon poseer una vivienda de más de 10 millones de euros 727 propietarios de un total de 3.290. Vaya jeta y menudo fraude con dinero negro y blanqueo de capital, sobre todo en el mundillo del ladrillo. A las clases medias y bajas con propiedades inferiores a 300.000 euros apenas mínimamente benefició la derogación de tal impuesto, pues solo pagaban unos irrisorios 80 euros de gravamen.
Las autonomías habrían potenciado el mantenimiento de los actuales insuficientes servicios sociales si este impuesto no se hubiera anulado y, además, habrían creado bastante empleo público.
Josep Esteve /Alicante

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