Cartas de los lectores

11 de febrero

Condenados a vivir
Eluana Englaro, la joven italiana que llevaba en coma 17 años y para la que su familia y buena parte de los médicos que la atendían solicitaban que pudiese morir en paz, acaba de irse para siempre entre el estruendo mediático de quienes, de una forma u otra, se atreven a mandar en cualquier vida ajena. Hace algunos meses, fue el caso de la francesa Chantal Sébire, que arrastraba la agonía de verse desfigurada monstruosamente por un cáncer doloroso e irreversible. Su situación alentó por doquier agrias disputas sobre la conveniencia o no de regular cuanto antes la eutanasia.
Y todos recordamos todavía al gallego Ramón Sampedro, el tetrapléjico que atravesó un largo vía crucis rogando a jueces, médicos y amigos que –puesto que a él no le era posible realizarlo– pusieran fin a sus días, que no le proporcionaban más que un continuo tormento. ¿Qué puede y qué debe hacer la sociedad en circunstancias parecidas a las que sufrieron Ramón Sampedro, Chantal Sébire o Eluana Englaro? Creo que no sabremos responder nunca a esta pregunta hasta que no tengamos claro a quién pertenece la vida humana.
¿A Dios, como dicen algunos; a los berlusconis o políticos que nos gobiernan (y que, en el caso de Eluana, han llevado su entrometimiento hasta límites teatrales y vergonzosos) o a los jueces que se limitan a aplicar leyes que otros dictaron? ¿Nos pertenece, quizá, a nosotros mismos y sólo nosotros tenemos derecho a decidir si deseamos seguir viviendo?
Resulta curioso que los representantes de la política y de la religión –dos instancias que a lo largo de la historia no dudaron jamás en aplicar duras condenas de muerte– sigan sintiéndose ahora con los mismos derechos para aplicar a las personas la no menos dura condena de vivir cuando la vida se hace insoportable.
Adolfo Yáñez

Integristas
No es casualidad que el integrismo religioso simpatice con el integrismo político. En España, hemos tenido la desgracia de poder comprobarlo durante la dictadura de Franco. Y es que los dos integrismos tienen mucho en común: desprecian la libertad, las leyes y la democracia y, además, están obsesionados con imponer su pensamiento al resto de los mortales.
Este integrismo, de nuevo ha quedando patente –en el caso de Eluana Englaro– en Italia, donde el primer ministro, Silvio Berlusconi, con la presión y ayuda del Vaticano, intentó desobedecer y burlar la sentencia del Tribunal Supremo que autorizaba a desconectar a la joven.
A los integristas, de nada les sirven las sentencias de los jueces, ni el deseo expreso de Eluana de dejar de seguir con su vida, que sólo puede ser mantenida de forma artificial. ¿Quiénes son ellos y qué autoridad moral tienen para interferir en el derecho y las libertades inalienables que todo ser humano tiene para decidir sobre su propia vida?
Si tanto le preocupa la vida a Silvio Berlusconi, ¿por qué razón se la está haciendo imposible a los inmigrantes que están en su país, dictando normas injustas e inhumanas contra ellos?

Pedro Serrano /Valladolid

La corrupción como enemiga
Lo que, según la derecha, iba a ser una operación de despiste por parte del PSOE, ha resultado ser el inicio de lo que puede llegar a convertirse en la mayor demolición del que –desde hace muchos años– se intuye gigantesco edificio de la corrupción nacional.
Lo que nos debería causar profunda desazón es que la ciudadanía sólo pueda contar con la prensa para vigilar, investigar y, en su caso, desmontar las continuas corruptelas que, entre unos y otros, se van generando en todo tiempo y lugar. Es incomprensible que el poder judicial y los cuerpos de seguridad del Estado sólo actúen cuando los casos aparecen en los titulares de los diferentes medios de comunicación.
El escaso interés que los poderes del Estado manifiestan, tanto por la persecución del crimen de guante blanco (las alianzas mafiosas de funcionarios con empresarios), como por la lucha contra los oscuros manejos del sistema financiero, sitúan al sistema democrático –y ahora que estamos en crisis más que nunca– al borde de la bancarrota. Nuestros dirigentes parece que sólo ven el peligro en el terrorismo provocado por la banda terrorista ETA. Están muy equivocados.
Si bien es cierto que la banda terrorista es una mala pesadilla, los más peligrosos enemigos de la democracia son los que dicen defenderla y, a la vez, siembran la semilla mortal de la corrupción. Si queremos luchar contra esta corrupción, debemos ser intransigentes incluso con las pequeñas corruptelas.
Mario López Sellés /Madrid

Presuntos
Cada día tenemos más presuntos. Entre el espionaje, la corrupción, la violencia de género, asesinatos y ajustes de cuentas, las noticias repiten la palabra presunto hasta el hartazgo. De hecho, a veces colocan dos o tres presuntos en una misma frase.
Las personas acusadas o sospechosas son presuntas hasta que un juez dicte algo al cabo de los años, aunque haya testigos del delito. En las noticias, con tanto jaleo de presuntos, se cuela a veces que el hecho también es presunto. Un muerto o un robo se convierten en muertos y delitos presuntos.
España es un país presunto y los ciudadanos somos españoles presuntos. Si no somos presuntos, estamos entre comillas, que también se usan ahora mucho en el lenguaje oral, aunque se trate de un signo ortográfico y no signifique lo que mucha gente se piensa. Algunos, incluso, trazan las comillas en el aire con los dedos doblados cuando hablan.
Antonio Nadal /Zaragoza

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