Cartas de los lectores

5 de diciembre

Un problema estructural
En relación con los últimos casos de corrupción es necesario decir que el problema estructural de nuestra democracia es que hemos creído (nos lo han impuesto sin darnos cuenta de ello) que este sistema era sólo una concesión de determinadas libertades civiles.
Pues bien, eso no es así de ninguna de las maneras, ya que la democracia es (tiene que ser), sobre todo, un método que signifique un estricto control político y económico desde la base de las decisiones que toman las diferentes Administraciones públicas y de las relaciones de la res pública con los diferentes
lobbies económicos privados.
Las Administraciones públicas tendrían que ser transparentes al cien por cien, en línea con aquel
dicho que afirma que la mujer del César tiene que ser honesta y, además, parecerlo.
En síntesis, la corrupción actual sólo será vencida con una profunda repolitización de toda la ciudadanía, que implique el renacimiento de un nuevo espíritu crítico ilustrado.
Josep M. Loste i Romero / Portbou (Girona)

Una corona ladeada, símbolo de la actitud de los reyes
Cuando el rey acepta un premio de una fundación ideológica tan derechista como la FAES de José María Aznar y la reina hace declaraciones tan sesgadas en el mismo sentido, hay que preguntarse qué papel de arbitraje y de equilibrio ejerce aún la Corona.
No se trata sólo de unos reyes que han pasado ya con creces la edad normal de la jubilación; es que la misma institución, como declaran ya la mayoría de los españoles en las encuestas, es un sistema propio del pasado.
Javier Cobo Antón / Madrid

Las instituciones religiosas son una rémora del pasado
España ha cambiado pero la Iglesia no, sigue siendo jerárquica y antidemocrática.
La Iglesia católica sigue subsistiendo gracias a gente de buena fe que practica el bien al prójimo y que aspira a que la jerarquía cambie; pero
esto nunca pasará, porque el Concilio Vaticano II, en su constitución Lumen Gentium, art. 25, dice: "Los fieles, por su parte, tienen obligación de aceptar y hacer suyo con religiosa sumisión de espíritu el parecer de su obispo en materia de fe y de costumbres".
Un laico jamás podrá tener poder, pues este reside en los obispos por designio divino. Por todo esto, hoy sigo creyendo en Dios, pero considero que las instituciones religiosas son una rémora para la evolución personal y espiritual de las personas.
Se puede hacer el bien y creer en Dios sin apoyar organizaciones fundamentalistas.
Evaristo Torregrosa / Elche (Alicante)

Rubalcaba no quiere en la Policía a portadores del VIH
En los países del llamado Primer Mundo, la infección por VIH se ha convertido en una enfermedad crónica. Esto permite que todas las personas infectadas, sometidas a un tratamiento correcto, puedan llevar una vida completamente normal.
El riesgo de transmisión del virus se ha reducido prácticamente al ámbito de las relaciones sexuales y siempre que estas se realicen sin prevención. Muchos enfermos han conseguido reducir su carga viral al extremo de no ser detectable en sangre, por lo que no pueden ser llamados seropositivos (DRAE: personas cuya sangre, infectada por algún virus, como el del sida, contiene anticuerpos específicos). No se puede asegurar que su sangre sea absolutamente inocua, pero el riesgo de contagio es reducidísimo. Con un control mínimo, las personas infectadas por VIH no pueden transmitir la enfermedad a quienes conviven con ellas.
Hoy el problema fundamental relacionado con el VIH es la estigmatización de la enfermedad que provoca la marginación social de los enfermos. Es una situación extraordinariamente cruel y carente de fundamento científico.
En los últimos años, y gracias a colectivos ciudadanos que se han volcado en la lucha contra el estigma, los enfermos crónicos de VIH van siendo poco a poco más tolerados por la sociedad en general y por el mercado laboral en particular. Es por ello que es profundamente desalentador oír decir al Gobierno que ve razonable la exclusión de los portadores de VIH de las pruebas de acceso a la Policía.
El daño que esta declaración puede causar a muchos ciudadanos quizá sea irreparable. Y eso ni es justo ni es razonable. La comunidad científica debería manifestarse con toda claridad al respecto.
Mario López Sellés / Madrid

Los difíciles objetivos a alcanzar en la cumbre de Copenhague

Aumenta la ansiedad y la presión de la sociedad civil ante la cumbre de Copenhague.
Me tortura la espera por la escasa esperanza de que se consigan acciones lo suficientemente intensas como para frenar el calentamiento.
China y EEUU acaban de presentar promesas que han ido creciendo pero que son aún insuficientes.
Soñaba con un gobierno de Europa fuerte y decidido que convenciera al resto del mundo para asumir a tiempo las gigantescas tareas contra el CO². Lo que más interesa de Catherine Ashton y Herman Van Rompuy es conocer su posición ante el calentamiento. Ambos se harán grandes y famosos si toman decisiones máximas al respecto.
Deben llegar a ser los defensores de consensos para avanzar hacia Copenhague y aún más.
Pablo Osés Azcona / Fuengirola (Málaga)

Los elevados precios de conexión a Internet, un freno al desarrollo
La Comisaría Europea de la Sociedad de la Información critica los elevados precios de conexión a Internet existentes en España evidenciando la discriminación que sufrimos los ciudadanos respecto a la mayor parte de nuestros vecinos europeos.
Si la utilización y familiarización con tecnologías de la información y comunicación es un factor de suma importancia para estimular el progreso y desarrollo social, ¿por qué las operadoras no bajan los precios (y más en este adverso momento) para facilitar el acceso de los ciudadanos a la Red?
Mejorar la calidad de vida de la población no se reduce a demandar o recomendar la contención salarial de los trabajadores.
Alejandro Prieto Orviz / Gijón (Asturias)

He notado ciertos cambios bruscos, aunque llevaderos
¿Por qué la gente de mi pueblo camina despacio, con la cabeza bien alta y saludando a todo el mundo, y en Madrid se camina a toda leche, con la cabeza amorrada y con un estrés agotador?
¿Por qué en mi pueblo te dejas la cartera y el móvil en un bar y nadie toca nada hasta que vuelves mañana o pasado a por los mismos y en la capital se anda siempre con las manos en los bolsillos y mirando (por ejemplo, en el metro) a todo el mundo con una desconfianza extrema? ¿Por qué en mi pueblo se vive a gusto y como a uno le da la gana y en Madrid la mayoría (quizás me esté equivocando) vive por "el qué dirán" de su vestimenta, de su coche o de sus amigos?
Estas, junto a otras, son las preguntas que suelo plantearme cada mañana cuando voy a la universidad, al volver y al darme el paseo después de comer. Y tan solo llevo un mes viviendo en dicha ciudad.
Estudio, salgo de marcha, discuto con mis compañeros de piso, con la familia por teléfono, me acuesto un rato después de comer... lo de siempre, vamos.
Y, sin embargo, me caliento la cabeza a diario con semejantes tonterías mías...
Pero bueno, tendré paciencia y esperaré a que alguien me las conteste o, simplemente, trataré de adaptarme.
Eso sí, ojalá me cueste.
José Luis González Fernández / Orcera (Jaén)

El enorme grado de cinismo del PP con el tema de Sitel
Al fin ha quedado al descubierto el enorme grado de cinismo del Partido Popular.
Que los mismos que adquirieron el sistema de escuchas Sitel, que los mismos que no han dicho una palabra desde que se pusiera en marcha (con gran éxito, por cierto) hace nada menos que cinco años, hayan explotado en las últimas semanas y se dediquen a demolerlo y a exigir que es necesaria su regulación debía tener una sólida explicación.
Hasta el más timorato podía imaginarse que, tras tanta farsa y aspaviento, se ocultaban oscuras intenciones.
Pero ahora ya no hace falta cavilar más, o que lo tachen a uno de malintencionado, porque la portavoz del Gobierno valenciano nos lo ha dejado claro: la derecha española busca acabar con Sitel para que sus amiguitos de la Gürtel (al igual que sucediera con el caso Naseiro) queden libres gracias a un recoveco legal.
El grado de desesperación de los conservadores de este país les está desquiciando.
Estos patriotas de hojalata (como acertadamente los calificó José Luis Rodríguez Zapatero) prefieren acabar con el Estado y con las instituciones, prefieren ver libres a etarras, asesinos y traficantes (enjuiciados gracias a Sitel) antes que contemplar a sus colegas sentados en el banquillo y, probablemente, condenados por sus turbios manejos.
Enrique Laso / Madrid

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