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Semántica, semiótica y dialéctica

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

*Escritor y matemático

La revolución dialéctica, mi última columna de julio, suscitó un largo e intenso debate que, por su interés, me parece oportuno traer a la superficie, aunque solo sea en parte. En la imposibilidad de reflejar el contenido de los 137 comentarios acumulados en el momento de escribir estas líneas, intentaré, cuando menos, complacer a los lectores que me pidieron que pusiera un ejemplo concreto de "razonamiento dialéctico". Y conviene empezar señalando que, por definición, no hay razonamientos dialécticos simples, reductibles a un mero silogismo, del mismo modo que no se puede aplaudir con una sola mano ni hay diálogos de una sola frase. La dialéctica es un modo, opuesto (dialécticamente) al modo adialéctico. Veamos un ejemplo:

La semiótica estudia los significados de los sistemas de signos en general; el lenguaje es un sistema de signos concreto, cuyos significados estudia la semántica; por lo tanto, la semántica es un caso particular de la semiótica, está contenida en ella. Pero este silogismo aparentemente impecable nos lleva a una curiosa paradoja. Pues la semiótica se formula mediante palabras, y por tanto es una de las innumerables construcciones lingüísticas cuyos significados estudia la semántica; consiguientemente, la semiótica está contenida en la semántica. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?

Si pensamos de forma adialéctica, la paradoja se convierte en aporía y, al igual que el problema del huevo y la gallina, nos aboca al abismo sin fondo de una regresión infinita. Pero para el pensamiento dialéctico una paradoja es, como dijo Hegel, una verdad cabeza abajo, que nos recuerda, en primer lugar, que "arriba" y "abajo" son conceptos relativos (interrelacionados), que se determinan mutuamente y se pueden –se deben– "sintetizar" para superar la contradicción. La semiótica y la semántica se contienen mutuamente como dos manos entrelazadas, forman un todo indisoluble, y su desarrollo conjunto es un proceso dialéctico que se inició con los primeros gestos y los primeros balbuceos que nuestros remotos antepasados utilizaron para comunicarse.

En la columna anterior, Génesis y éxodo de los chistes, tenemos otro ejemplo: si pensamos en los chistes como microrrelatos compuestos por un autor, su origen resulta poco menos que misterioso (¿por qué nadie conoce a esos autores de tanto éxito?); si los vemos como resultado de un proceso dialéctico en el que una anécdota o una frase graciosa se va puliendo al pasar de boca en boca, el misterio desaparece.

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