Una pequeña pantalla para hacerse grande

Una pequeña pantalla para hacerse grande

Shalini Arias ( @ShaliiAriaas )

  • Generar referentes con fenotipos distintos a los hegemónicos ha permitido que muchas generaciones hayan crecido en una diversidad mayor y con la idea de que también éramos capaces de ser superheroínas

Tengo muchas cosas que agradecerle a mi primo Miguel. Me enseñó a jugar al Monopoly, y con los años decidimos hacer nuestra propia versión en la que la banca te hacía préstamos para comprar más calles y apartamentos, porque perder sin estar endeudado hasta las cejas no era opción. Aquí habíamos venido a jugar.

Pude proyectarme en un mundo de ciencia ficción a través de personajes con los que mi identidad era capaz de verse reflejada

Miguel, con sus dos metros de altura y su eterna cara de niño, siempre ha sido ese primo mayor que me ha llevado en sus espaldas en la montaña cuando mis piernas aún no habían visto las ventajas de hacer rutas, o el que me traía postales de cada uno de sus viajes de aquellos lugares remotos del mundo. En el verano de 2004, en uno de mis intentos de pasar mayor tiempo con él, optó por entretenerme con una serie que a primera vista no estaba destinada a ser consumida por una niña de mi edad. Es ahí de donde mi agradecimiento viene. No sé si su idea era que dejase de dar por saco, pero consiguió generar un momento que se repitió durante todo aquel verano: comer y salir corriendo a ver qué nueva aventura le esperaba a la tripulación de la USS Enterprise. Miguel, seguramente en un acto totalmente inconsciente, me acercó la posibilidad de proyectarme en un mundo de ciencia ficción a través de personajes con los que mi identidad era capaz de verse reflejada. Me ofreció un espacio en el que yo también podía ser capaz cambiar el mundo.

Entender la ficción, y la narrativa que esta tiene integrada, ayuda a construir los parámetros del yo, y de su contraparte, la alteridad. Es decir, como espectadores somos capaces de encontrar espacios y características identitarias en una serie. Cuántas veces no nos hemos sentido identificados con los arquetipos del héroe o la heroína de turno de la pequeña pantalla, y hemos optado por cagarnos en el villano. En ese personaje que representa todo aquello que odiamos, con el que no compartimos ni valores ni cosmovisión del mundo. Ese, que no es sino nuestra alteridad, el yo que no nos representa.

La teniente Nota Uhura en Star Trek abrió la posibilidad de generar nuevos roles no sujetos a estereotipos

La aparición de George Hosato Takei como capitán Sulu y de la ya fallecida Nichelle Nichols como la teniente Nota Uhura en Star Trek abrió la posibilidad de generar nuevos roles donde sus papeles no tenían que verse sujetos a los estereotipos manidos a los que la industria del cine los había llevado hasta el momento. Como ya fijó en 1999 la profesora italiana Milly Buonanno, las series de televisión son un vínculo idóneo para la representación y consolidación de determinadas situaciones, ya que actúan como mecanismos de normalización. Por tanto, no tener que encarnar personajes de campesinos o de trabajadoras domésticas, y tener un papel relevante en horarios de máxima audiencia, permitía crear un nuevo marco donde generar nuevos patrones identitarios a seguir por el espectador. Encarnaban de forma sencilla y asequible todo lo que queríamos ser, valientes personajes que sabían navegar la incertidumbre y luchar contra la oscuridad. Generar referentes con fenotipos distintos a los hegemónicos ha permitido que muchas más generaciones hayan crecido en una diversidad aún mayor y con la idea de que también éramos capaces de ser superheroínas.

Gracias a estos productos audiovisuales de consumo masivo hemos podido ver y entender la conquista de muchos derechos, y la pérdida de otros tantos

Gracias a estos productos audiovisuales de consumo masivo hemos podido ver y entender la conquista de muchos derechos, y la pérdida de otros tantos. Han ayudado a impulsar y concienciar sobre cambios sociales, y generar la indignación ante situaciones ficcionadas que, en muchos casos, poco distaban de la realidad fuera de la pantalla. Desde la La cabaña del tío Tom (1852), de Harriet Beecher Stowe para concienciar a la sociedad estadounidense sobre la esclavitud, a momentos más recientes de nuestra historia como las imágenes de las revueltas contra el regimenes autoritários en Asia-Pacífico, donde los jóvenes se armaron de símbolos de cultura popular sacados de la saga de Los juegos del hambre (2012) para desafiar y proclamar su descontento. Imagínense si nos propusiéramos romper estereotipos que degradan a ciertos colectivos y que, en intentos de hacerlo bien, nos apropiamos de sus voces y los condenamos a la más absoluta vulnerabilidad. Imagínense la revolución que podría ser contar al espectador la posibilidad de digerir los cambios de las dinámicas socio-culturales, que en algún momento nos parecieron imposibles de alcanzar. La industria audiovisual nos permite la posibilidad de hacerlo desde la pluralidad.

A sabiendas de que la época de los grandes héroes ha decaído, y abstrayendo a Norman Bryson, historiador del arte, a este espacio, las series tienen la capacidad de permear en los espectadores e introducir ideas revolucionarias y normativizarlas. Las series nos animan a explotar nuestro potencial de cambio, y nos enseñan que muchas veces de lo posible a lo real solo hay un click. La dicotomía entre lo bueno y lo malo no es una narrativa exclusiva de la ficción. La vivimos constantemente en nuestro día a día. Lo que sí podemos agradecerle a muchas de estas series es la posibilidad de imaginarnos cómo vencerla. La posibilidad de unión y salirse del marco.