Salud en positivo

Mortalidad y otras variables de una ecuación extremadamente compleja

Ilustración: Verónica Montón Alegre.
Ilustración: Verónica Montón Alegre.

Una pandemia como esta venía advirtiéndose desde hace años. Sabíamos que la tendencia extremadamente acelerada de la especie humana a maltratar su entorno, urbanizando desaforadamente espacios naturales y entrando en contacto estrecho con animales salvajes, podía traer este tipo de consecuencias. Desde distintos frentes (el ámbito de la ciencia, distintos gobiernos nacionales, así como organismos internacionales y de la sociedad civil) se ha tratado de concienciar a la ciudadanía de la importancia de poner el foco en la salud de las personas y del medioambiente. No obstante, también los ha habido que han negado la mayor. Esta crisis viene a confirmar que la actitud negacionista y la arrogancia pueden tener consecuencias, y muy graves, para nuestra especie.

A medida que vamos conociendo más a este virus, vamos entendiendo mejor su complejidad. Como dicen los y los mejores expertos en epidemiología, no hay nada como estudiar un brote en persona para comprenderlo mejor. Por ejemplo, las noticias que nos llegaban de China, relataban que producía un cuadro de fiebre y tos, que en la gran mayoría de los casos era leve con una duración media de unas dos semanas, con un periodo de incubación máximo de 14 días, y también que las personas asintomáticas no suponían un riesgo para la transmisión. Pero la realidad de este virus es mucho más complicada, imposible de medir con promedios y términos genéricos.

Hoy todos lo conocemos mucho mejor. Nosotros hemos tenido el dudoso honor de estar entre los primeros países de Europa en afrontarlo, y eso sin duda nos habrá perjudicado en muchos aspectos. Pero también nos ha permitido, al entender que este microorganismo es mucho más tozudo de lo que nadie pudo prever, poder dar pistas a los países de nuestro entorno de que, a pesar de los pesares, se imponía tomar medidas drásticas como las que se han tomado. Y esto, con toda probabilidad, les ha permitido anticiparse en sus propias medidas de contención y confinamiento. Hoy sabemos que esta infección tiene mucha más variabilidad en sus manifestaciones, que pueden ir desde ningún síntoma, o un poco de febrícula y decaimiento pasajeros o la pérdida del olfato, hasta un empeoramiento súbito en cuestión de pocas horas. Hemos visto la crueldad con la que se ceba en los ancianos, enfermos y personas vulnerables. Poco a poco entendemos mejor su capacidad de transmisión (incluso en personas con síntomas tan nimios que podrían pasar desapercibidos), así como su letalidad (especialmente entre los ancianos más mayores, que son una parte considerable de nuestra población).

Pues sí, parece que este sí que era el bicho que tanto temíamos desde hace años. La propia OMS alertó en ocasiones previas, con virus previos, que una pandemia de esta categoría podía ocurrir, y fue criticada por ello, incluso se la llegó a tachar de exagerada. Quizás por eso, en esta ocasión, se mantuvo durante cierto tiempo la recomendación de no poner restricciones a las relaciones comerciales y el intercambio de viajeros con China y otras zonas de riesgo, por temor a que las medidas tomadas fueran consideradas desproporcionadas a posteriori. Ojalá una de las lecciones aprendidas de esta experiencia sea la de tomar conciencia de la necesidad de fortalecer las estructuras y capacidades de salud pública a nivel global, regional (europeo en nuestro caso), nacional y local, la OMS incluida, y que estas ocupen proactivamente el espacio y la dimensión que necesitamos. Es decir, al contrario de lo que proponen algunos líderes mundiales, véase, por ejemplo, y como era muy previsible, Donald Trump.

Las estadísticas en el contexto de esta pandemia son dramáticas en muchos de los países con gran intercambio internacional de pasajeros con los países que les han precedido en la transmisión de la epidemia, y que tienen la capacidad de medirlas con rigor y defienden el valor de comunicarlas con transparencia. En definitiva, en países que proporcionan cifras que se acercan a la realidad y que, obviamente, deberían computarse de acuerdo con criterios claros, estandarizados y comparables, incluyendo no solamente los fallecimientos en las UCIs y salas de hospitales de agudos, sino también en grupos poblacionales más a riesgo, como son los ancianos que viven en residencias y los enfermos crónicos avanzados. En estos grupos, a menudo el coronavirus viene a ser, más que la causa principal de muerte, el factor desencadenante último del fallecimiento. Aún así, consideramos que todas las personas deberían contar por igual.

A ese respecto, a la virulencia de este coronavirus se le añade la idiosincrasia de cada país, incluyendo sus características sociodemográficas, climatológicas, geográficas y de otra índole. Nosotros tenemos una población envejecida y una gran proximidad social profundamente arraigada en nuestra cultura. Esos elementos no son malas noticias, al contrario, probablemente sean consecuencia de uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo, una buena calidad de vida, una de las esperanzas de vida más altas y una gran riqueza en capital social. Por poner un par de ejemplos: en ningún otro país como en el nuestro las personas llegan a edades tan avanzadas y apoyan tanto en el cuidado de sus nietos. En ninguna otra sociedad como en la nuestra las personas se expresan la cercanía con gestos físicos (besos, abrazos, manos tendidas, etc.), que ahora nadie puede permitirse y que nosotros, más que nadie, echamos de menos. Esos elementos propios que, por lo general, nos ayudan y nos enorgullecen, pueden haber resultado en mayores cifras de transmisión y letalidad, y habernos perjudicado en el tema que nos ocupa. Ese tipo de variables, y otras que todavía estamos por entender, hacen que las comparaciones entre países y regiones sean enormemente difíciles de articular, si no imposibles.

En ciencia se sabe que una de las mejores formas de valorar una intervención es compararla con otra o con un placebo. No obstante, la propia ética que rige a la ciencia nunca consentiría que se hicieran pruebas con gaseosa en situaciones tan graves como la que nos ha tocado vivir, y que obligan a tomar decisiones más uniformes y drásticas de lo que quisiéramos. Y la cruda realidad es que todas esas decisiones tienen una complejidad dantesca, a veces incluso salomónica. Porque tienen repercusiones graves, no solo económicas (que también las tienen, y muy gordas, y que pueden ser especialmente graves para los grupos de población más vulnerables), sino también de salud y sociales, por ejemplo, el resto de patologías que se dejan de priorizar o incluso de atender para poder hacer frente al coronavirus. ¿Y si en vez de haber tomado estas medidas hubiésemos tomado otras? Los franceses dicen que con una secuencia adecuada de "¿Y si?" se podría meter París en una botella.

Quizás resultará más factible evaluar todas esas decisiones al final de la endemoniada curva en la que nos encontramos inmersos, y sin duda aprenderemos de la experiencia, de los éxitos y de los errores. En este momento es difícil hablar con rotundidad de casi nada. Una vez pase la crisis, podremos valorar las medidas que se han tomado con más datos, otra perspectiva y un sosegado escrutinio. De momento, seguimos estudiando, seguimos aprendiendo, seguimos incorporando información que desconocíamos. Es una característica intrínseca al ser humano: la de nunca dejar de aprender. No obstante, tenemos más o menos claras algunas ideas. Una de ellas es que la ecuación resultante que intente explicar lo que ha pasado será extremadamente compleja, y habrá de incluir no solo tasas crudas de mortalidad por COVID confirmado o estudios de exceso de mortalidad, sino muchas más variables. Y otra que defendemos con pasión es que la mejor forma de afrontar este desafío de magnitud sin precedentes es trabajando juntos de forma coordinada y colaborativa, y aprendiendo unidos para un futuro. Porque, aunque quizás nos apetecería estar bailando una balada, en este momento nos toca librar la batalla contra esta pandemia, y bailar un tango entre los distintos actores que hemos de cooperar para conseguir ganarla. Esa es nuestra variable añadida a la ecuación.

FIRMANTES DEL BLOG

  • Ana Boned Ombuena. Técnico Superior de Salud Pública de la Consellería de Sanitat Valenciana. Máster en salud pública por la U. de Harvard y especialista en medicina familiar y comunitaria.
  • Enrique Ortega. Médico especialista en enfermedades infecciosas y jefe de servicio de Enfermedades Infecciosas, Emergentes e Importadas. Ha sido profesor asociado de de medicina de la Universidad de Valencia y Director Gerente del Departamento de Salud Hospital General de Valencia
  • Rafael Sotoca. Médico de familia y activista sanitario. Fue director general de asistencia sanitaria de la Comunidad Valenciana.
  • Isabel González. Médico radiólogo. Fue jefa de servicio y profesora asociada de radiología en la Universidad Miguel Hernández de Elche así como Directora Gral. de la Alta Inspección y gerente de los departamentos de salud de San Juan de Alicante y La Ribera (Alzira)
  • Carmen Montón es embajadora observadora permanente ante la Organización de los Estados Americanos y ha sido Ministra de Sanidad, consumo y bienestar social y Consellera de Sanidad.
  • Ricardo Campos. Médico Oftalmólogo. Ha sido Secretario General del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social y subsecretario autonómico de sanidad.
  • Begoña Frades García. Psiquiatra y jefa del área de salud mental del Hospital Pare Jofre. Ha sido coordinadora autonómica de salud mental.
  • José Antonio López Cócera es enfermero especialista en salud mental y miembro de la comisión nacional de la especialidad.
  • Antonia García Valls. Asesora coordinadora en la Vicepresidencia Cuarta, Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Ha sido diputada en el congreso de los diputados.
  • Pere Herrera de Pablo. Medico de familia y médico SAMU. Ha ejercido como director del Servicio Emergencias Sanitarias de la Comunitat Valenciana.
  • Roser Falip Barangué. Doctora en Medicina y especialista en medicina de familia y en análisis clínicos. Ha sido gerente del departamento de salud de Alcoy.
  • Aurelio Duque Valencia. Médico de Familia y Comunitaria y representante sindical. Ha sido presidente de la Sociedad Científica de Medicina Familiar en la Comunitat Valenciana.
  • Verónica Montón Alegre. Artista interdisciplinar. Ilustradora del Blog Coronavirus en positivo.
  • Juan Domene. Médico Inspector en el servicio de calidad asistencial y seguridad del paciente. Ha sido gerente del departamento de salud Arnau de VilanovaLliria.

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