Culturas

Creyentes verdaderos

YO TAMPOCO ENTIENDO NADA// CAMILO JOSÉ CELA CONDE

Si se lograra alguna vez entrar en los pensamientos de los chimpancés, tal vez comprobaríamos hasta qué punto los humanos somos las únicas criaturas vivas con ideas religiosas. No es que seamos capaces de husmear en los sesos de nuestros congéneres en busca de divinidades; estamos casi tan lejos de hacerlo como de averiguar la fe de cualquier simio. Pero los científicos comienzan a atisbar qué sucede en el cerebro humano cuando se pasa por un proceso místico, o se piensa en cielo e infierno, sin más.

Máquinas piadosas
Las máquinas que mejor miden hoy el estado –activado o no– de las redes neuronales son la resonancia magnética funcional, fMRI, y el magnetoencefalógrafo, MEG. Ambas proporcionan algo así como un retrato de los mapas del pensamiento. Pero son incapaces de detectar si una persona miente: aquél que se declare creyente puede serlo sólo de boquilla, quizá porque saca muy jugosos beneficios de su pretendida piedad. Los ejemplos, con algún que otro locutor asilvestrado por delante, abundan. Así que, en el fondo, el problema es doble: hay que saber cómo funciona el cerebro no sólo cuando se cree en Dios sino cuando se abstiene de soltar mentiras.

La mentira como arma social
El problema consiste en que mentir, lo hacemos todos. Sin mentiras piadosas no existirían matrimonios, amistades, universidades, ministerios y negocios. Los chimpancés mienten también, y de manera harto sutil. Poseen lo que se llama pensamiento maquiavélico, la capacidad para engañar al otro en beneficio propio. Sin el engaño, no habría grupos de simios. Tampoco sociedades humanas.

Por sus obras los conoceréis
Así que, al cabo, lo que importa no es tanto lo que se piensa como lo que se dice. Por poner un ejemplo, el señor embajador del Reino de España ante la Santa Sede acaba de recomendarnos a los ciudadanos que marquemos la casilla de ayuda a la Iglesia en la declaración de impuestos. Cada cual es dueño de declararse creyente, e incluso meapilas si así lo desea. Pero conviene tener muy claro también, como los propios chimpancés, en qué consiste su papel. Todo embajador de un Estado laico con gobierno socialista no debería tal vez pensar esas cosas pero, de hacerlo, estaría mucho mejor calladito. Hasta que llegue la máquina maravillosa y distinga entre los que tienen creencias religiosas, los que mienten al respecto y los que ni siquiera saben en qué consiste eso de pensar.

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