Culturas

Amenaza submarina

Yo tampoco entiendo nada // Camilo José Cela Conde

Basta con que, hace una semana, me diese la vena lírica hablando de las aguas de la Antártida, de las gambas, de los pececitos, de las focas y de las orcas, para que venga de inmediato la realidad a gafar aquellos menosprecios de corte y añoranzas de aldea. Se tiene el océano, e incluso la mar costera –bajo la superficie, al menos–, por el único lugar de paz que nos queda en el planeta. El mundo del silencio, lo llamó Cousteau.

La amenaza del sQuba
Pues bien, un desalmado con pretensiones de hacerse el original o quizá sólo el gracioso ha dado el primer paso para que el último mundo pacífico desaparezca. Se anuncia la presentación en Ginebra, dentro del salón del automóvil que celebran allí año tras año, de una primicia inquietante: el coche submarino. Se llamará Rinspeed sQuba, así, con las mayúsculas desacompasadas –por ver de despistar, digo yo– pero habrían hecho mejor en bautizarlo como Mosca Cojonera o Tocar las Partes. La única función imaginable para un automóvil submarino es la de convertirse en un incordio.

Nos tiene rodeados
Los coches transforman a los ciudadanos normales, sin otro requisito que ponerse al volante, en psicópatas. Han mudado las ciudades en templos del estruendo. Convierten las citas en imposibles y hacen de los nervios un caos. El anticipo bárbaro de los llamados 4x4, homenaje a la estupidez humana donde lo haya, anunciaron la ruina de los montes abriéndolos a una especie de sucursal de cualquier autopista colapsada. Siguió el aquelarre de los rallies por las dunas, hasta que Al Qaeda puso por una vez las cosas en su sitio. Ahora, gracias al sQuba, le toca el turno de la ruina a lo poco del mar, agobiado ya por los engendros de las motos de agua y los adefesios de esas lanchas que parecen autobuses, que se libraba.

La última esperanza
Será cosa de depositar las últimas esperanzas en los tiburones blancos, las orcas y el kraken; quizá les entre a esos animales la curiosidad al ver a un hortera subido en un motocarro submarino. De no ser así, podemos darnos por liquidados. En la mar existe un cuerpo de la Guardia Civil, con barcos pintados, claro es, de verde, pero su autoridad apenas se percibe ya en medio de la maraña de hoy; poco hará si por añadidura ha de meterse bajo las aguas. O interviene la selección natural, convirtiendo a los sQubas en pasto de monstruos, o será cosa de apuntarse a los documentales, tan nostálgicos como mentirosos, de la National Geographic.

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